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completa ignorancia. La Hilot no conoce, por supuesto, la contestura de las partes y órganos que concurren al desempeño de las diversas funciones de la reproducción en la mujer; sólo posee ideas confusas respecto de las anomalías que pueden presentarse. Con tan marcada ignorancia, no tienen otro recurso que confiar en la Providencia las madres y las criaturas entregadas en manos de tales mujeres. Asusta y conmueve el ver cómo las mas groseras preocupaciones hacen que el arte contraríe y destruya la bondad de la naturaleza. ¡Cuántas pobres jóvenes quedan injustamente inútiles y achacosas para toda su vida! ¡Cuánta criatura perece en el claustro materno ó se arruina su buena complexión al nacer!

La partera, cuando asiste á una india ó mestiza, se constituye de lleno en el ejercicio de su industria: representa el papel de médico, cirujano y boticario. Prepara por si misma media docena de brevajes con otras tantas unturas que se administran y se aplican irremisiblemente, convenga ó no convenga. ¿Dónde aprendieron la confección de estos medicamentos? Es de difícil averiguación; baste decir para que se comprenda la filosófica aplicación de ellos, que rara vez falla el aceite, el cual se administra en bebida con el objeto de que vaya á suavizar el interior y quede el cuerpo corriente como una máquina. Sujetan á la paciente á un penoso martirio de friegas y estrujamientos para favorecer (dicen) á la naturaleza... ¡Y pobre de ella si se resiste á tales prescripciones! Entonces se la aterroriza con la relación detallada de casos funestos que ha visto la operadora, porque no se siguieron sus consejos. Terminado el alumbramiento después de tanto sufrir, entra la parte de farándula, que saben desempeñar á las mil maravillas. Con su cigarro en la boca, arrellanada en el suelo, y entretenida en rascarse los pies, cuenta con el mayor descaro, los mil peligros de que ha salvado á la puérpera, gracias;'t su larga práctica, y nunca desiste de soltar á la madre y al bijo, ínterin no trascurren los cuarenta días.

El Mediquillo es una calamidad india con que el Sér Supremo quiso afligir á los que viven en la venturosa tierra filipina, aparte de los váguios, truenos y temblores. Es propiamente un curandero, nacido para hacer morir á muchos y para bien y provecho de sí sólo. Cuando después de algunos días (fe descanso en el petate, de inapetencia y malestar, se decide un indio á creer que está enfermo, ya ha recibido á todas las gentes de la vecindad en visita alrededor de su lecho, y oido las diversas opiniones de las comadres sobre lo que podría ser bueno para su mal, que ninguna salte. La familia de la casa, atendiendo á las faenas ordinarias y al cumplimiento con las visitas, tiene, poco tiempo para atender al postrado; pero al ver que éste no come con el apetito de costumbre, se alarma algún tanto; y al fin, continuando aquel mal síntoma, (el no comer,) se decide á buscar al Mediquillo. Aparece este, y después de un saludo de medias palabras, aceptando el indispensable buyo y cigarrillo, rodeado de los chiquillos de la casa y vecindad, se instala en cuclillas nuestro profesor al lado del paciente, le palpa sobre la ropa los brazos y piernas, le toca la frente, endereza luego su persona, escupe por algún agujero, se suena la nariz con la mano, y dice: ¡no es nada! Al oir esta palabra, se animan todos los espectadores, y aun el moribundo empieza á creerse menos malo.

Búscanle silla al doctor, ó se sienta en un lancape, donde á poco es acometido con la laza del chocolate, y mientras da cuenta de ella, va correspondiendo con inclinaciones de cabeza á los que su venida ha traido al lado del enfermo. Las noticias adquiridas' de la vieja, la fisonomía de la casa, el pelaje de las gentes, el chocolate que ha sorbido y el tabaco que le han dado, son los signos que consulta el curandero para el diagnóstico de la enfermedad. Si el conjunto de lodo aquello le satisface, el no es nada, llega á ser algo que hace necesaria su asistencia y presencia en la casa, donde se instala desde entonces. Se acerca otra vez al enfermo, le ase por las muñecas, donde ha oido está el pulso, pregúntale si le duele la intraña ó qué cosa, le da algunos apretones en el vientre, nuevos pases y sobas en las piernas y brazos, y al fin, para llenar la primera indicación contra el viento malo, dispone que liguen ó aten fuertemente con buri los pulgares de pies y manos, los brazos y muslos del pobre enfermo, que esperimenta el alivio de que efectivamente ya no le duele tanto lo que le dolia, porque le duelen otras cosas: con ésto y unos polvos desconocidos que hace tomar al paciente, ya queda terminada, por aquel dia, su obra. Mientras se procura un rato de distracción al panguingui ó pares-pares, que con tal objeto han armado los de la casa y allegados, no pierde silaba de lo que conversan los visitantes. También tiene especial cuidado el Mediquillo en no dar la cara ó hacerse presente, cuando entre los que están allí, observa á alguno que calza más puntos que él en materias médicas, sobre todo si no es colega, que entre ellos ya se entienden, y si ya por lo apurado del caso hay necesidad de los auxilios del párroco, y éste es castila, se hace todo oídos para prohijar y dar luego como suyos los remedios que mas ó menos acertados, pero racionales, aconseja á la familia el médico del alma, y muchas veces del cuerpo. Cuando aquella es acomodada y tiene el párroco bastante elocuencia para persuadirla á que, vista la gravedad del caso y la insuficiencia de los remedios empleados, llame a un profesor europeo, no deja de. haber cierta sublevación de espíritu en el médico de casa; pero muy luego aquellos malos movimientos ceden su puesto á los de humildad y resignación, en virtud de los que, aun sin ser invitado, no duda en aceptar el papel de practicante al lado del médico castila. En general, sólo cuando por un medio sobrenatural puede salvarse el enfermo en los casos desesperados, es ruando apela el indio á la verdadera ciencia: todas las luces y recursos de ésta no alcanzan muchas veces á sacar airoso al mas entendido profesor, no siendo uno de los menores escollos y dificultades con que tiene que luchar, el modo de comportarse con el convertido ni su ayudante. Pocas veces se da por ofendido el Mediquillo, si alguno de su colegio se interesa en la curación y le suplanta: se avienen fácilmente, si hay para todos, á continuar ambos en el tratamiento de un caso, hasta que al fin, yendo y viniendo días, y pasando meses, ó la enfermedad se marcha y el enfermo sana, ó Dios dispone otra cosa, de cuyos dos eventos depende la despedida del médico. No sale, sin embargo, de la casa hasta pasada la funcia del duelo, pues además del ajuste de cuentas, sabe muy bien lo recomendable que es el orar por los vivos y por los muertos, y nadie estraña su presencia al saber la parte que ha tenido en la curación.

(Se continuará.)

Bernabé España.

COSTUMBRES POPULARES.

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LOS TRES TOMS EN BARCELONA.


La fiesta del 17 de enero, lo mismo en Barcelona que en Madrid , y en otras ciudades y lugares de España, consiste principalmente en la bendición de animales, cuya tutela, de tiempo inmemorial, se halla conferida á San Antón.

Los religiosos de esta órden poseían en el estremo del arrabal su casa é iglesia, obra ésta del siglo XIV, con un bello átrio de tres grandes ojivas, que felizmente permanece, al cuidado de los padres Escolapios.

Sito junto á una salida de la ciudad, los caleseros, carromateros y tratantes en caballerías , forman su mayor vecindario, por lo que viene á hallarse en su centro natural , cuando los parroquianos antedichos, considerablemente aumentados con gran muchedumbre de similares del interior y del esterior, acuden en la mañana del indicado día para dar sus tres carreras ó vueltas (toms), mientras el sacerdote desde aquel gótico vestíbulo les echa la bendición.

Al través de largos puestos de feria, puestos de varias frutas, avellanas, nueces, etc., en medio de una concurrencia numerosa, donde no faltan las garridas menestralas del barrio y otras beldades de mayor coturno, luce tumultuosamente su garbo aquella caballería heterogénea, notable así por la disparidad de monturas, como por la variedad de ginetes, desde el rumboso arriero hasta el maleante jitano.

En otros días, los gremios de alquiladores de muías, carreteros de mar y tragineros de la biga, formaban dos brillantes cabalgatas que, con seguimiento de música y aficionados allegadizos, izada la bandera gremial, y recibida la religiosa lustracion, paseaban en solemne marcha las principales calles, yendo á saludar á sus mayores y a las autoridades superiores de la localidad.

Suprimidos los gremios, sale aun, cuando hay humor y recursos, alguna comitiva improvisada, con pendón y todo, que se encarga de mantener la tradición, sino por espíritu de cuerpo, por jactancia de clase, la cual, entre paréntesis, dista mucha do andar en postergación.

Dígalo sino el lujo con que suelen presentarse , rizado el cabello , enguantada la mano, charolada la bola, luciendo ricas cadenas y botonaduras, vistiendo de rigurosa etiqueta y á la última moda, sin faltarles para semejar cumplidos caballeros, mas que dos faldones en el chaquetin.

Al compás de la música que les antecede ó les sigue, gallardéanse con petulancia sobre briosos corceles, que á su vez caracolean bajo sus jaeces y mantillas, adornadas las crines de cintas y trenzas, las colas de moñas, ramilletes y acaso sortijas de valor, y la cabeza de penachos que se mecen en incesante undulación. El abanderado y los cordonistas suelen llevar en la mano ricos pañuelos de encaje, y casi todos los cabalgantes llevan embrazado un lio de dulces, ó un enorme roscón de circunstancias, que después se consumirá en familia ó en un banquete procomunal, obligado de toda fiesta, sin contar el baile con que por la noche suele terminar.

El vulgo se ríe un poco de estas estravagancias; pero ve con gusto mantenerse una costumbre , que al fin y al cabo, como otras populares, tiene mucho de inocente, mucho de característico, y cuando menos proporciona un espectáculo gratis, ios que siempre, tuvieron aceptación en ciudades populosas, donde es crecido el linage de los zánganos y los sándios. De esta fiesta acompaña un grabado al presente número de El Museo.

J. Puiggarí.


TIPOS MADRILEÑOS.


LA TIA MALICANA.

I.

Apenas había el rubicundo Apolo tendido sobre la faz de la tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pa ¡arillos con sus harpadas lenguas habían saludado la "venida de la aurora, que por los balcones del Oriente se asomaba, cuando la tía Malicana, no bien comenzaban á ser los últimos días de octubre ó ios primeros de noviembre, aparecía todos los años en la plaza Mayor de Madrid.

¿Pero (juién era la tía Malicana? ¡Oh! Dios es Dios, dice la Biblia. La Salamandra es la Salamandra , dice Eugenio Sue. Yo digo: la tía Malicana es la tía Malicana ; Porque no sé quién es y sé muy poco lo que es. A mí me parece que la tía Malicana debe ser una mujer, en atención á que lleva á la cabeza un pañuelo de yerbas, otro de muleton ceñido al cuerpo, y una falda de percal antique. Sus facciones están sin acabar, como las de las niñas del hospicio; de suerte, que no proporcionan indicios claros respecto á su sexo y edad. Lo mismo puede tener quince que sesenta años. Por lo demás, la tía Malicana seria alta, si pudiese enderezar la columna vertebral, y hasta gallarda, á n) tener tan saliente el homóplato izquierdo. Anda de un modo particular: se asemeja á un pájaro al que han quebrado un ala. Como he dicho en el elegante y rotundo período con que comienzo este artículo, á principios de invierno, algunos minutos después de salir el sol (cuando salía) se presentaba la tía Malicana en la Plaza Mayor, con una cesta colgada del brazo izquierdo, y gritando esta frase singular : ; A chavito malicanas ! Mis lectores habrán comprendido que á chavito, quiere decir, á ochavito, diminutivo de ochavo; pero 1 1 palabra malicanas , ¿ qué es , á qué lengua ó diaI ;cto pertenece ? Aun suponiéndola adulterada, ¿qué quiere significar? . Registremos la cesta de la tía Malicana. Allá en el fondo, sobre un papel casi blanco, aparecen en montones, unos objetos indefinibles, informas, casi inverosímiles, que parecen el engendro de ui pastel y de una torta, bañados de un color amarillento, y que se asemejan á una estrella contrahecha, ó mas bien al pulpo, descrito por Víctor Hugo con las antenas estendídas. ¿De qué materias están confeccionados? Nadie lo sabe: del mismo modo que los confiteros de Madrid, según un viajero francés , poseen un secreto especial para hacer azucarillos, asi la tia Malicana guarda el secreto de su maravillosa mercancía. ¿A qué saben las malicanas? ¡Oh! preguntádselo á los chicos de la Plaza Mayor y sus inmediaciones. ¿Por qué se llaman malicanas? Yo supongo que la vendedora las ha impuesto su nombre ; pues aunque un gorrero de la Plaza me ha dicho que malicana, quiere decir americana, y yo hallaba admisible esta elímología, después he descubierto razones en contra. Algunas veces , cuando la tia Malicana se sentaba en uno de los bancos de la Plaza, yo desde el inmediato la observaba con curioso asombro. Entonces, sí algún chícuelo la 'jugaba alguna mala pasada, como por ejemplo, intentar derribar la cesta, 6 darla un majuelazo, oía á la tía increparlo con estas palabras: — ¡ Meloso , meloso ! En un principio creí que quería decir goloso, estropeando la palabra como lo había hecho con la de americana; mas posteriormente un incidente casual me ha anegado en un mar de suposiciones. En un baratillo de libros encontré el tomo segundo de una obra , que ignoro cuál sea , cuyo tercer capítulo tiene el siguiente epígrafe : El rey. de los molosos, Pirro , sacrifica á Minerva las armas del rey Malicano y de los intrépidos gau^ las, que él venció. Ahora bien, ¿descenderá la tia Malicana del rey vencido por Pirro, y la palabra wo/oso , con que ella desahoga su cólera ,' sera un dicterio tradicional?. ¡Quién sabe! Por Sevilla vaga un francés descamisado que pretende descender de Carlo-Magno. '

II.

Durante el verano, la tia Malicana desaparece;.. Pero entendámonos— dirá el lectir, — la tia Malícana aparecía, la tia Malicana desaparece, ¿habla