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tálamo dándole un vástago masculino, que á la sazón cuenta ocho años de edad. Todas estas cosas reunidas hacen de don Pantaleon un liombre importante, y aunque su almacén está situado en la parte del Norte, su iníluenciá se estiende mas allá de la del Sur. Es el Bismarck de la Plaza Mayor. Sucedió, pues, que una mañana, al hacer un pago el digno ropero, dejóse olvidada sobre el mostrador una moneda de dos reales. Su hijo , que se hallaba próximo, vióla al mismo tiempo que pasaba la tia Malicana gritando: — ¡A chavito malicanas! La tentación era grande; aquella crisálida de ropero no pudo resistirla, y tomando la moneda, deslizóse fuera de la tienda , culebreó por entre los postes de piedra para sustraerse á las miradas paternas , llegó junto á la vendedora, compró seis malicanas y se las comió con cierta voluptuosidad mezclada de remordimientos, los cuales aumentaron la voluptuosidad. Aquel dia era festivo, y como el chico no tenia que ir á la escuela, se entretuvo en hacer salidas de la tienda , engulléndose de vez en cuando dos ó tres de aquellos maravillosos pasteles. Por lo visto, el hijo de don Pantaleon era un águila para las malicanas : en poco mas de una hora se había comido treinta y dos. Eliogábalo, el glotón emperador romano, se almorzó un dia un gamo de los Alpes, dos cabritillos de los campos de Bayas, cuatro pichones de Otranto, dos docenas de murenas del estanque del Tiber, una de lampreas del lago Trasimeno y una ensalada de colibrí s. Comprendemos este refrigerio imperial ; ¡pero comerse treinta y dos malicanas, qué horror! Y es el caso, que el insaciable roperito iba ya á emplear un cuarto que le quedaba en engullirse otras dos, cuando le sorprendió su padre co7i la masa en las manos. ' Don Pantaleon lanzó una mirada de indignación á la tia Malicana, otra de severidad á su hijo, y cogiéndole por un brazo le encerró en la trastienda cíe su almacén. Tres horas después, el chico, no podiendo digerir la pasta de las malicanas, estaba á la muerte, y en la casa del ropero no se oian mas que ayes y esclamaciones de dolor, porque exasperado con la enfermedad de su heredero, reñía a sus dependientes, los cuales de coraje se rascaban los sabaíioncs hasta hacerse sangre , increpaba á su esposa por lo mal que criaba á su hijo, y la pobre señora, que aunque ropera, era sensible, como educada con las novelas de la condesa de Genlis, lloraba á lágrima viva, y para colmo de desgracias, á fuerza de llorar, al dia siguiente enfermó de los ojos; y como este mal es tan contagioso, se le pegó al mancebo mayor y éste á la criada, de suerte que don Pantaleon no se daba mano á pagar recetas y aquella casa se convirtió en una sucursal del hospital general. Por fin, con la mejoría del vástago roperil, volvió á ella la tranquilidad; pero el indignado comerciante en paños, juró vengarse de la causante de tantos sinsanores. ¡Pobre tia Malicana! V. Desgraciadamente, habiendo llegado á conocimiento de ésta la cólera de don Pantaleon, no volvió á presentarse en la Plozi , y digo desgraciadamente, porque mas la valiera haberla arrostrado, que sufrir las consecuencias de su ostracismo. Porque la tia Malicana no puede vivir ni física ni moralmente sin la Plaza Mayor. Ayer mismo, ignorante de lo ocurrido, la busqué por todo su recinto, hasta que el gorrero de quien ya he hablado, me contó la lamentable historia, y al bajar por la calle del 7 de Julio, vi á la tia Malicana, que inmóvil, lanzaba miradas estraviadas hácia la Plaza, pero sin atreverse á entraren ella. La pobre mujer cree ver en todas partes la amenazadora hsonomía del ropero, y anda vagando por aquellos contornos, como las sombras por las riberas de la Estigia, ó como yo por delante de la puerta de la Academia de la lengua. Las malicanas están en baja; ya no se venden, bien sea por falta de esmero en su confección, ó bien porque los muchachos (primeros consumidores) las han olvidado por las castañas cocidas y por las majuelas con su correspondiente canuto para dejar tuertos á los transeúntes. ¡Ah, la venganza es el placer de los dioses y de los roperos! ¡Pobre tia Malicana! brellevar los rigores de la estación , que amenaza ser duradera , porque este año, según noticias, la tia Malicana se ha dejado ver muy pronto y la tia Malicana es la golondrina del invierno.

F Moreno Godiít,


ALREDORES DE MALAGA.

CASTILLO DE GIBRALFARO.

Damos en este número otra de las viñetas correspondientes á los alrededores de Málaga, la cual representa el castillo de Gibralfaro, tan antiguo, según se cree, como la fundación de la ciudad. Hallase situado hácia el E. de Málaga, sobre una escarpada eminencia, desde la cual se domina á grande altura el mar. Créese, asimismo, que fue construido por una colonia griega, como parece indicarlo la palabra Pharo, y sirvió con su luz de guia á los navegantes, por espacio de siglos, y para la descubierta de piratas que infestaban las costas: con el trascurso del tiempo, sufrió Ies deterioros consiguientes , habiendo sido reedificado varias veces por los árabes y en épocas posteriores, para mejor asegurar la defensa y custodia de la población. La fortaleza que nos ocupa estaba rodeada de torreones, baluartes, fosos, gruesos muros almenados y otras muchas obras, que nacían sumamente difícil su entrada y acceso, de lo cual aun dan claro testimonio las que se conservan, aumentadas en épocas mas inmediatas á la nuestra y aun en nuestros días, con cuantas han ido exigiendo las circunstancias.


ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO

DE

GASPAR Y ROIG.

SALON DE MÁQUINAS.

En el último número de El Museo del año anterior, dimos la vista estenor de este establecimiento, y habiendo ofrecido dar alguna del interior, hoy verán los suscritores el que representa el salón de máquinas, en donde se imprime nuestro periódico.

La máquina destinada á este uso pertenece á la fundición de Koenig et Bauer, de Würrzburg (Alemania). El fundador de esta casa fue, asimismo, el inventor de la máquina de imprimir , padre de los actuales dueños.

El establccimient de Koenig et Bauer, es indudablemente el que produce mejores máquinas, asi por !a solidez y elegancia de la construcción, como por corresponder en todo á los últimos adelantos. Asi lo comprendió el jurado en la Exposición Universal de París, al premiar con la medalla de primera clase los modelos de dicho establecimiento y particularmente una máquina perfectamente concluida para tirar á la vez dos colores, que vimos funcionar de una manera tan precisa y exacta, que no podia desearse mas. El premio, pues, fue merecidísimo.

Los suscritores á El Museo pueden, si gustan, según ya les indicamos, visitar el salón de nuestro establecimiento donde funciona la máquina que lo imprime, y que generalmente es la que se halla en primer término, la cual tiene movimiento circular y es la segunda ó tercera de igual tamaño que salló de la acreditada fundición de Koenig et Bauer.


NOVELAS Y CUADROS DE COSTUMBRES.

MATAR EL TIEMPO (I).

I.

Los españoles somos muy valientes.

Nuestra historia se remonta allá á los tiempos anticristianos, á la edad semi-mítológica en .que los fenicios, los cartagineses y los romanos, los invencibles romanos, el garrote de nuestros primeros padres.

Progresamos después y fuimos pueblos temidos de aquellos hombres cuya ocupación era la guerra.

Los fenicios se hicieron amigos nuestros, los cartagineses nuestros aliados; ¿qué estraño es que al llegar el águila romana á nuestras regiones, abatiera algún tanto el vuelo de sus alas?

No quiero recordar los denigrantes calificativos con que nos designaron los historiadores romanos al narrar los desastres de sus legiones. Habituados estarnos á oirá cualquier alumno de filosofía empezando á contar aquellas guerras:

— «El indómito cántabro...»

No es tampoco mí objeto describir pueblos aborigénes; mi propósito es simplemente afirmar que el primer español fue un valiente.

La historia nos ha demostrado que los demás españoles han sido como el primero.

No existe pueblo alguno que los españoles no hayan vencido; sus armas se estendieron por todo el haz de la tierra : en sus dominios no se ponía nunca el sol.

España fue una cárcel general de prisioneros de guerra europeos y africanos, americanos y asilT^

Conste, pues, que somos valientes: mas valil'ííque ningún otro pueblo.

1 eilles ¡VI valor de nuestras armas se unió la elevación i esíras ideas, la sabiduría de nuestros la Ionios i fecunda imaginación de nuestros poetas, el arriess^H atrevimiento de nuestras empresas.

(I) Novcln iiK'dit^pcrtccclcr.toá la colección titulada Wm amores.

Llena de asombro lo gigantesco de las hazaña- d Gran Capitán, de Hernán Cortés y de PizanVU enmudece uno de respeto ante el genio de Colon v i! temeraria espedicion de Sebastian Elcano. Hemos dado pruebas de valor. Hemos dado pruebas de ciencia. Hemos dado pruebas de inventiva. Pero aun hay mas. Todo lo dicho es un grano i anís ante la inventiva, ante la sabiduría , ante el vi¡l nuestro. El tiempo, ese gran testigo, ese demoledor univi sal , ese espectador de todos los acontecimientós v cambios, nos da una prueba inconcusa de lo que tJ demos los españoles. Hemos puesto el tiempo á contribución. Nuestro heroísmo, nuestra abnegación, nuestro talento nos han llevado hasta saber perder el tiempo. Nuestra inventiva, nuestra inspiración hasta ¿cer tiempo. Nuestro indómito valor á matar el tiempo.

II.

Hay españoles, sin embargo, que han sustituido á estas tres frases otra que nos trajo uno de nuestros grandes descubrimientos.

Echar un cigarro.

Nada es comparable al fumador de nuestra tierra que saca de la petaca su librillo de papel de hilo, y colocando entre los dedos índice, anular y del corazón una de sus hojas, vierte en la misma alluecada mano izquierda el tabaco sacado de la susodicha petaca mientras los labios sostienen el librillo sin la hoja cortada. Nada es comparable á la satisfacción del fumador que encerrando su librillo en la petaca y guarlamlo ésta en el bolsillo interior del gabán, empieza á triturar el producto americano ó filipino con las yemas de los dedos déla mano derecha, y. acaba por hacer un molinillo horizontal con entrambas manos hasta dejar el prensado vejetal desmenuzado á su gusto. Nada puede compararse á la parsimonia con que vierte en el papelillo el tabaco, á la habilidad con que lo envuelve en él, á la naturalidad con que colocad cigarro en su boca á un lado , ordinariamente el izquierdo, y á la cachaza con que saca la caja de fósforos ó se dirige á un transeúnte pidiéndole candela. Describir las luminosas ¡deas que acuden en tropel á su imaginación , fuera una empresa demasiado gigantesca; el hombre con el cigarro en la boca es mas soberbio que el sultán arrellanado en una otomana aspirando el opio , pensando en su harem y soñando mi degüello general de enemigos. Todos mis amigos fumadores convienen en que el cigarro es un gran antídoto contra el aburrumiento, un poderoso estímulo á la inventiva , un inspirador perpetuo en la poesía, un escelente hablista, un académico insigne, un profundo filosofo, un consumado político, un discreto moralista, un sabio filólogo , uno de los mas eficaces elementos de lo asociación, un laz" recíproco entre los dos mundos, un símbolo de las humanas aspiraciones que concluyen todas como el cigarro, en la nada. Fumadores de puros ó de papelillos, fumadores de la Habana ó de la Vuelta de Abajo, todos se vuelven lenguas para ponderar la importancia, la utilidad, ^ necesidad del cigarro, y el abogado fuma haciendo demandas , el periodista endilgando artículos, el poela componiendo versos, el pintor dando guerra á los colores, y el menestral y el artesano descansan nn momento de sus rudas faenas para echar un cigarrito que les da hercúleas fuerzas con que emprender de nuevo su trabajo. Es un gran recurso el cigarro : mas de cuatro conozco yo que con un veguero, han neutralizado el rato de un disgusto y han visto desaparecer su iilC0' modidad en el humo que aspiraban y espiraban p"' boca y narices. s Eriector, al llegar aquí, se preguntará, ¿y (lll¡ tiene que ver que los españoles sean valientes, sep8" ó no hacer tiempo y echar un cigarro , y que el cigtf' ro sea el consuelo de las aflicciones de muchos índividúos bípedos é implumes y gran inspirador de poetój elaborador de discursos, colaborador de periódicos,) autor de muchos cuadros, con la novela que esperamos leer capítulo tras capítulo? Es verdad, señor lector, es verdad, voy al caso,8!? digresión alguna, sin ningún rodeo, voy' á hablarl^ usted de mí, de mi interesante persona, de estef/o1)1 s-í imprime, que da á luz sus aventuras eróticas par; sacar algunos cuartos á guisa de fenómeno físico acrobático que se anuncia por las calles y plazas