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V. Blasco Ibáñez

infantil va desarrollando la acción de la conocida fábula, la cigarra imprevisora y alegre que canta sin pensar en el porvenir, y cuando llega el invierno, transida de frío y vacilante de hambre, va en busca de la hormiga para implorar un préstamo. El animal ordenado y económico, que tiene en torno los sacos llenos de cosecha y se prepara á invernar en opípara abundancia, no quiere oír la súplica de la bohemia y añade á su negativa la burla cruel: «¿No has pasado cantando el verano mientras yo trabajaba? Pues bien; ahora, baila.»

—Me irrita esta fábula—dice el naturalista—. Es una historia inmoral, que enseña á los hombres desde su infancia el respeto á la avaricia y á la crueldad, el culto del egoísmo, la burla soez contra los idealistas, que piensan en algo más que la satisfacción de los apetitos materiales. Todo es mentira en este relato inventado hace miles de años. La imprevisora y loca cigarra de la fábula es un ser laborioso y dulce, explotado hasta la muerte. En cuanto á la hormiga, modelo de economía doméstica que los padres ofrecen á los hijos, es una bestia rapaz que desde el mundo de la pequeña animalidad influye fatalmente sobre los hombres. Nuestro planeta sufre guerras y se cubre de sangre cada vez que á un Imperio se le ocurre organizarse como un hormiguero, imitando su férrea disciplina, su método para la acción, su soberbia, que tiende á engañar y esclavizar todo cuanto le rodea....

***

—Esa fábula es una calumnia—continúa mi amigo—. Los caracteres de sus protagonistas aparecen en ella escandalosamente invertidos. La hormiga es en realidad un ladrón y la pobre cigarra una víctima.