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La cigarra y la hormiga

Al poeta La Fontaine (imitado después por el fabulista español) debemos el triunfo de este embuste, que, confiado á la memoria de los niños, resulta inmortal. Supo describir con exactitud el carácter del lobo, del zorro, del gato y otros animales protagonistas de sus historias. Los había visto de cerca, eran de su país. En todas las latitudes del mundo hablan las gentes de la cigarra á causa de la fábula, y sin embargo, son muy pocos los que han visto cigarras. Este animal sólo existe en la región asoleada del olivo, y París, donde vivió La Fontaine, no tiene olivos.

Es indudable que tomó esta historia de los griegos. Los niños de la Atenas de Pericles, al ir á la escuela con su capacito de esparto lleno de higos secos y de olivas, se contaban el cuento de la cigarra imprevisora que tuvo que pedir un préstamo á la hormiga. Lo habían oído á sus nodrizas y á sus madres cada vez que éstas les recomendaban la necesidad de ser sobrios y ahorradores. De aquí data el error, verdaderamente incomprensible en un país como Grecia que tiene cigarras. La fábula, como casi todas las fábulas, procede del pueblo indostánico, gran contemplador de la Naturaleza. Los poetas del Ganges, que conocían exactamente la vida de las bestias, debieron poner la hormiga frente á otro animal. Los griegos lo sustituyeron con la cigarra (monótono cantor que metían en jaulas para que meciese sus siestas), y así ha llegado el relato hasta nosotros, falso é indestructible, como muchas leyendas gloriosas de la humanidad; viejo y respetable, como el egoísmo de los hombres, ó lo que es lo mismo, como la historia del mundo.

El sabio Fabre, poeta de los insectos, fué el primero que, en nuestra época, escuchando á la cigarra en sus tierras de Provenza, se le ocurrió rectificar con observa-