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La cigarra y la hormiga

un monstruo antidiluviano que podría aplastarla desplomándose sobre ella. Pero no tiene mandíbulas ni es carnicera. Alimentada con néctares florales, su humor es bondadoso y tolerante, como el de los filósofos que han llegado á penetrar el secreto de los seres y las cosas. Además, ¡es tan numerosa la muchedumbre de los enanos egoístas y rapaces!

Al fin, el gigante, cansado de tantas molestias, abandona el pozo, pero antes de alejarse levanta una pata con soberano desprecio y lanza un chorro de orina sobre la masa laboriosa.

—La venganza de los poetas—interrumpo yo, sonriendo.

—Sí, la venganza de los poetas. Pero ¿qué importa ese desahogo del bohemio cantor á la hormiga honrada, económica y amiga del orden? Ya ha logrado su objeto; ya se ha hecho dueña del trabajo ajeno. Lo malo es que el pozo se agota en su poder. Como carece de la bomba que atrae á la dulce savia, sólo puede aprovechar el líquido que existía en el fondo en el momento de la conquista. Absorbe hasta la última gota, y cuando la fuente queda seca, marcha en escuadrón á la descubierta de la cigarra, que ha abierto un segundo manantial, y le roba igualmente el fruto de su trabajo.

¡Pobre cigarra! ¡Infeliz artista del mundo de las hojas, calumniada en el mundo superior de los hombres!... Como no almacena, es una bohemia indigna de respeto; como se alimenta de miel y canta á todas horas, no trabaja seriamente; como carece de mandíbulas y abandona el sitio á los que se deslizan á traición por debajo de su vientre, los usureros subterráneos, las bestias de patas ganchudas que engordan con los muertos, tienen derecho á robarle su obra.

La hormiga, avara y sin entrañas, la explota y la

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