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EL PRINCIPE

sus gloriosos hechos; ni cometerá la torpeza de escribir dedicatorias, prólogos o epístolas en verso alejandrino; ni menos tratará de aturdir al heroe con una pomposa narracion de sus victorias; antes estudiará la verdad sencilla, hablara poco y con timidéz, pero siempre afectando la mayor inocencia. ¿Cómo es posible que un príncipe chistoso o epigramático se enfade de que un amigo celebre en voz baja su buen humor? Como se podía esperar que Luis XIV, que reconocía con orgullo la imponente majestad de su propia persona, se enfadase contra aquel viejo oficial que temblaba al dirijirle la palabra, y le dijo interrumpiéndose : «¿Al menos V. M. se dignará creer que nunca he temblado así delante de sus enemigos?»

Los príncipes que han sido simples particulares antes de ser reyes, podrán tal vez acordarse de lo que fueron y huir de los peligros de la adulacion; pero los que han reinado siempre, se nutren de incienso como los Dioses, y morirían de consuncion si les faltasen aduladores.

Sería, pues, mas justo que compadeciéramos a los reyes en vez de condenarlos. Los aduladores, y sobre todo los calumniadores, son los que merecen el odio del publico, asi como son dignos de castigo los que les ocultan la verdad. Pero repito en conclusion que no debemos confundir la lisonja con la adulacion. Trajano se sentía estimulado a la práctica de la virtud por el panegírico de Plinio; mientras que Tiberio se encenagaba mas y mas en el vicio por la adulacion de los senadores.


CAPITULO XXIV

Porque los príncipes de Italia han perdido sus estados.

Un príncipe, aunque sea nuevo, se mantendrá tan facilmente en la posesion de sus estados, como aquel que reine por título de herencia, si se conduce con arreglo a las máximas que acabo de esplicar; y aun en el primer caso su condicion será preferible bajo ciertos respectos a la de un príncipe hereditario, porque, como se examina con mas atencion el sistema de un príncipe nuevo, principalmente si gobierna con tino y sabiduría, este mismo mérito suyo le captará el afecto y la estimacion de los pueblos, mucho mejor todavía que la lejitimidad del título de su dominio. Siendo cierto, por otra parte, que los hombres atienden mas a lo presente que a lo pasado, y no piensan en variar cuando se hallan bien, un príncipe que llena cumplidamente sus deberes nunca debe temer que le falten su defensores. Lejos de ser un motivo para disminuir su aprecio la novedad de su fortuna, doblará por el contrario su gloria, como que su mérito solo será el que haya vencido todos los obstáculos que se le presentaron; y al paso que el reino de este adquiere mas esplendor por las buenas leyes que establece, por la institucion de una milicia respetable, por los amigos útiles que se ha granjeado, y por empresas brillantes consumadas con buen éxito, asimismo se envilece y degrada aquel que por su impericia o por su culpa pierde los estados que había heredado de sus mayores.

Si se examina la conducta del rey de Nápoles, la del duque de Milan y la de otros que han perdido sus dominios en nuestros dias, se advertirá que han incurrido todos en un grande error, por haberse descuidado en levantar una milicia nacional, y además en no haber hecho caso de ganarse el afecto de los pueblos, captando al mismo tiempo la voluntad de los magnates: tan cierto es que por desaciertos de esta naturaleza puede perderse un estado respetable, y capaz por sí mismo de poner en campaña un ejército numeroso. Filipo de