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Y ANTI-MAQUIAVELO.

guerra es un recurso que solo debe emplearse en casos desesperados, examinando antes si es el orgullo o la razon lo que nos mueve a emprenderla.

Hay guerras defensivas, y estas son indudablemente las mas justas.

Hay guerras de interés, que son las que emprenden los reyes para mantener sus derechos. Las armas son sus argumentos, y la suerte de los combates decide de la validez o injusticia de sus pretensiones.

Hay guerras de precaucion, que suelen emprender los príncipes por motivos de interés político. Estas guerras son ofensivas, mas no por eso menos justas. Cuando el poder jigantesco de una monarquía parece próximo a desbordarse, inspirando serios temores a los demas soberanos, es prudente oponer diques a su impetuosidad. Estos sucesos se anuncian siempre con ciertos preliminares significativos, que dan a entender al soberano amenazado la proximidad de una lucha, difícil de sostener con sus propios recursos. Es, pues, indispensable que se reuna con sus aliados para hacer frente al enemigo comun. Si los reyes de Ejipto, de Syria y de Macedonia se hubiesen ligado contra los romanos, jamas hubieran estos podido arrebatarles sus coronas: semejante alianza hubiera dado por resultado una guerra ofensiva, y probablemente el aborto de los designios ambiciosos de aquel imperio jigante, que logró sucesivamente encadenar el universo.

Siempre es prudente preferir los males conocidos a los inciertos. Vale mas que un príncipe arrostre los peligros de una guerra ofensiva, cuando aun es dueño de optar entre el laurel y la oliva, que aguardar a que su adversario le declare la guerra en momentos menos propicios, cuando tal vez no consiga sinó retardar por algun breve tiempo el desastre que le amenaza. Es mas prudente vivir sobre aviso que esperar el aviso de otros: los que han observado esta máxima conocen su utilidad.

Muchos príncipes han tomado parte en las guerras de sus vecinos, sin mas interés que el de cumplir sus tratados de alianza, en virtud de los cuales se han visto obligados a suministrarles un número determinado de tropas auxiliares. Estos compromisos son hijos de la necesidad, porque, como los soberanos no pueden conservar sus tronos sin prestarse ayuda mutuamente, ni hay príncipe alguno en Europa que pueda hacerse respetar con sus solas fuerzas, de aquí resulta esa necesidad de prestarse mutuamente auxilio en los momentos de peligro, contribuyendo cada cual con sus fuerzas a la seguridad de todos. El éxito de la guerra suele favorecer a unos aliados mas que a otros, segun el rumbo que toman los acontecimientos; pero esta desigualdad en los beneficios, imposible de prever ni de equiparar, no impide que los tratados se hagan y se cumplan con la mas relijiosa escrupulosidad, como lo aconsejan la honradez y la sabiduría. Las alianzas son tambien de gran valor para los mismos pueblos, porque hacen mas eficaz la proteccion que les debe el soberano.

Podemos, pues, concluir que toda guerra que tenga por objeto rechazar la usurpacion, mantener legítimos derechos y garantizar la libertad del mundo, es conforme a la justicia; y el soberano que la emprenda con este fin, no será nunca responsable de la sangre derramada, porque obrará por necesidad, y porque la guerra en ciertos casos es preferible a la paz.

En otros tiempos, los principes desdeñaban las alianzas, prefiriendo vender sus soldados a la parte mas jenerosa, y traficando vilmente con la sangre de sus súbditos. La institucion del soldado tiene por objeto la defensa de la patria: venderle a un estraño como se venden las fieras para un anfiteatro, es deshonrar la noble carrera militar y pervertir el objeto de la guerra. Dícese que es sacrilejio vender las cosas sagradas; ¿y hay algo mas sagrado que la sangre del hombre?

Las relijiosas, si son intestinas, se deben jeneralmente a la imprudencia del