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Y ANTI-MAQUIAVELO

do conducirse despues. Con efecto, este monarca recobró al instante la Lombardia, y con ella el crédito que habia perdido Carlos. Génova se sometió, los Florentinos desearon y obtuvieron su amistad, y todos los demás estados pequeños se apresuraron a pedírsela y como el marqués de Mántua, el duque de Ferrara, los Bentivoglios (señores de Bolonia) la condesa de Forli, los señores de Faenza, Pésaro, Rímini, Camerino, Piombino, y los de Luca, Pisa y Sena.

Entonces los Venecianos llegaron a conocer su imprudencia y el partido temerario que habían abrazado; como que, por adquirir dos plazas en Lombardía, daban al rey de Francia el dominio de las dos terceras partes de Italia.

Y ¿cuan fácilmente hubiera podido el rey, conociendo y sabiendo seguir las reglas anteriormente indicadas, mantenerse poderoso en Italia, y conservar y defender a sus amigos? Estos, aunque numerosos y fuertes, temían a la Iglesia y a los Venecianos, y debían por su propio interés mantenerse unidos a él: Luis podía tambien con sus socorros fortificarse fácilmente para rechazar a cualquiera otra potencia peligrosa.

Mas, apenas entró en Milan, siguió el sistema opuesto, dando socorro al papa Alejandro para invadir la Romanía. No conoció que, obrando así, se debilitaba a sí mismo; que se privaba de los amigos que se habian arrojado a sus brazos; y que engrandecía a la Iglesia añadiendo al poder espiritual, que le daba ya tanta fuerza, el temporal de un estado tan considerable. Cometida esta falta primera, tuvo luego necesidad de llevarla adelante hasta el punto de verse precisado a volver a Italia para poner límites a la ambicion del mismo Alejandro, e impedir qué se apoderarse de la Toscana.

No contento con haber aumentado el poder de la Iglesia, y despues de haber perdido sus aliados naturales con el deseo de enseñorearse del reino de Nápoles, hizo la locura de partirlo con el rey de España; y así, siendo él antes arbitro único de Italia, se creó en ella un rival, un concurrente, a quien pudiesen recurrir los descontentos y los ambiciosos; y pudiendo haber dejado en este reino un rey que hubiese sido tributario suyo, le echó de allí, para poner otro en su lugar con bastante poder para echarle a el mismo.

Es tan natural como comun el deseo de adquirir, y los hombres mas bien son alabados que reprendidos cuando pueden contentarlo; pero aquel que solo tiene deseos y carece de medios para adquirir, es un ignorante y digno de desprecio. Si el rey de Francia podía con sus propias fuerzas atacar al reino de Nápoles, debía hacerlo; pero, si no podía, a lo menos no lo debía dividir; pues, aunque el repartimiento de la Lombardía con los Venecianos merezca alguna escusa, porque estos le habian proporcionado el medio de entrar en Italia, el repartimiento de Nápoles solo merece censura, porque no había motivo que lo aconsejara.

Cometió, pues, el rey Luis cinco faltas absurdas en Italia: aumentó la fuerza de una potencia grande, y destruyo las potencias pequeñas, llamó a un estranjeró muy poderoso; no vino a vivir en la Italia, ni hizo usó de las colonias. A pesar de estos errores, todavia hubiera podido sostenerse, a no haber prometido el sesto, que fue despojar a los Venecianos. Es verdad que, si no hubiera engrandecido el estado de la Iglesia, ni llamado a Italia a los Españoles, hubiera sido necesario debilitar los estados de Venecia; pero jamás debía consentir su ruina, habiendo tomado el primer partido. Manteniéndose los Venecianos poderosos, hubieran impedido que los otros soberanos formasen designios contra la Lombardía, ya porque no lo hubieran consentido, no pudiendo ellos mismos apoderarse de ella, ya porque no hubieran querido los otros quitársela a la Francia para dársela a aquellos, o que no fuesen tan audazes que vinieran a atacar a estas dos potencias.

Si se replica que el rey Luis cedió la Romanía a Alejandro VI y un trono a