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EL PRINCIPE

el príncipe se espone a tantos riesgos por la calidad de sus enemigos, como por la de sus defensores.

Para apurar esta cuestion conviene examinar si estos innovadores pueden intentar las mudanzas por sí mismos, o si dependen de otro: quiero decir si, para llevar adelante sus proyectos, tienen que emplear el medio de la persuacion o tienen sin ella la fuerza necesaria para forzar su voluntad. En el primer caso jamás salen con su intento; pero, siendo temibles e independientes, rara vez dejarán de conseguirlo.

De aquí proviene que triunfaran todos los profetas armados, al paso que decayesen los inermes: la causa de esto no solo se esplica por las razones indicadas, sinó que dimana del carácter voluble de los pueblos, tan pronto a decidirse por una opinion nueva, como flojos para mantenerse en ella; de forma que es necesario tomar disposiciones para forzar al pueblo a que crea desde el momento en que principia a no creer. Moises, Ciro, Teseo y Rómulo, estando desarmados, no hubieran podido conseguir que durase mucho tiempo la observancia de sus constituciones: como le ha sucedido cabalmente en nuestros dias al reverendísimo Jerónimo Savenarola, que vió caer por tierra sus proyectos, al momento en que, perdiendo la confianza de la multitud, le faltaron medios para obligarla a mantenérsela, y para inspirársela a los mas incrédulos. Grandes obstáculos, en verdad, y frecuentes peligros esperimentaron los primeros, necesitando para superarlos mucho talento y mucho valor; mas, una vez allanadas estas dificultades, se principia a adquirir cierta veneracion, cae desalentada la envidia, y el poder y la honra se arraigan y fortalezen.

Después de presentados los ejemplos que ofrece la historia de personas tan ilustres, me ceñiré a citar otro, en la realidad menor, pero que tiene analojía con los precedentes, y es el del siracusano Hierón. De simple particular llego a ser principe de Siracusa, y no debió su fortuna sinó a haber sabido aprovecharse de una ocasion. En efecto, hallándose muy apretados los Siracusanos, le tomaron por capitan, y mereció luego ser su príncipe, por haber sido tal su conducta privada, que cuantos han escrito de el, dicen que no le faltaba mas que un reino para reinar dignamente. Reformó la milicia antigua, y organizó otra enteramente nueva; rompió las alianzas antiguas, contrayendo otras mas convenientes; y como podía contar con sus amigos y con sus soldados, le fué facil sentar sobre semejantes cimientos su fortuna; de manera que, habiéndole costado mucho trabajo adquirir, pudo costarle muy poco la conservacion de lo adquirido.


Exámen.

Si los hombres estuvieran esentos de pasiones, podriamos perdonar a Maquiavelo el deseo de infundírselas: su obra sería entonces comparable a la de Prometéo, que robó fuego del Cielo para animar a sus autómatas. Pero no sucede así, porque no existe, ni ha existido jamás hombre alguno sin pasiones. Cuando son moderadas, las pasiones son, en efecto, el alma de la sociedad; pero cuando no se les pone freno, causan su ruina.

De todos los sentimientos que tiranizan al alma, no hay ninguno tan funesto al hombre, tan contrario a la humanidad, ni tan fatal para la tranquilidad del mundo, como la ambicion desenfrenada, o el amor escesivo a la falsa gloria. El desgraciado que nace con estas inclinaciones, es aun mas miserable que insensato. Indiferente a cuanto le rodea, no vive sinó en los tiempos futuros; nada basta en el mundo a satisfacerle, porque la hiel de su ambicion mezcla siempre su amargura al placer de sus alegrías.

Un príncipe ambicioso es mas desgraciado que un particular; porque, como