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Y ANTI-MAQUIAVELO

seles el menor obstáculo; pero, si han de conservarle después de alzanzado, tendrán que vencer muchas y grandes contrariedades. En este caso se hallan los que adquieren un estado, o por medio de dinero, o por gracia de aquel que se les concede, como sucedió a las personas que constituyó Dario por soberanos en ciudades griegas de la Jonia y del Helesponto, atendiendo a su propia gloria y mayor seguridad; y como lo fueron en Roma los simples militares que se elevaban al imperio sobornando a los soldados. Todos estos se sostienen únicamente por la fortuna y por la voluntad del que los ensalza: dos fundamentos tan mudables como poco seguros; además que ni ellos saben, ni pueden mantenerse en semejante dignidad. No saben, porque cualquiera que ha vivido como particular, ignora por lo comun el arte de mandar, a no ser hombre de muy señalado talento o de un espíritu muy superior: tampoco pueden mantenerse en aquel rango, porque carecen de tropas con cuyo afecto y fidelidad puedan contar. Por otra parte, los estados que se forman tan repentinamente, a semejanza de todo cuanto en la naturaieza nace y crece con igual prontitud, no arraigan ni se consolidan de manera que puedan resistir el embate del primer viento contrario, o de la primera tempestad que sobrevenga; a menos que, como ya hemos dicho, no se hallen bien adornados de grandes prendas y de una fuerza de injenio sobresaliente para valerse de los medios propios de conservar lo que les ha concedido la fortuna; y que después de ser príncipes, busquen y encuentren aquellos apoyos que los otros procuran adquirir antes de llegar a serlo.

Sobre estos dos modos de ascender a la soberanía, o por un efecto de la fortuna, o por el talento, quiero proponer dos ejemplos de nuestros dias, a saber, el de Francisco Esforcia y el de Cesar Borja.

El primero, por medios lejítimos y por su grande habilidad, llegó a ser duque de Milan, y conservó sin mucho trabajo lo que tanto le había costado adquirir.

Cesar Borja, llamado comunmente el duque de Valentino, logró una soberanía por fortuna de su padre, y la perdió luego que le faltó este; aunque empleó todos los medios de que puede valerse un hombre hábil y prudente para conservarla, y no omitió nada de lo que deben hacer aquellos que adquieren estados nuevos por las armas o la fortuna de otro, tratando de mantenerse en la posesion.

Posible es, sin duda, al hombre de superior mérito, que aun no ha sentado los cimientos de su poder, fijarlos despues de haberlo adquirido; pero esto no se hace sinó a costa de mucho trabajo por parte del arquitecto y de grandes peligros por la del edificio. Si se quiere examinar la carrera y progresos de la fortuna del duque de Valentino, se verá lo que tenía hecho para cimentar su poder futuro; y este exámen no será superfluo, porque no acertaría yo a proponer a un príncipe nuevo otro modelo mas digno de ser imitado que el mismo duque. Si este, pues, a pesar de todas las medidas que tenía tomadas no consiguió su intento, mas fué por un efecto de su mala suerte, constante en serle contraria, que por culpa suya.

Cuando Alejandro VI quiso dar a su hijo una soberanía en Italia, debió luego esperimentar grandes obstáculos, y prever que serían mayores en lo sucesivo. No encontraba al pronto medio alguno de hacerle soberano de un estado que no perteneciese a la Iglesia, y sabía tambien que cualquiera de ellos que determina desmembrar, no lo consentirian el duque de Milan ni los Venecianos; como que Faenza y Rimini, en que fijó al principio la atencion, estaban ya bajo la proteccion de Venecia. Veia además que las armas de Italia, y especialmente aquellas de que hubiera podido servirse, se hallaban en manos