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Y ANTI-MAQUIAVELO

mas bien que en gobernarlos; y que, no teniendo fuerzas para protegerlos, mas bien habian contribuido a perturbarlos, que a mantenerlos en paz. Hallábase así aquel país infestado de salteadores, despedazado por facciones y entregado a todo jénero de desórdenes y escesos. Conoció al instante que era necesario un gobierno vigoroso para restablecer la tranquilidad y el órden, y para someter los habitantes a la autoridad del príncipe. Puso para esto por gobernador a Ramiro de Orco, hombre cruel, pero activo, concediéndole facultades ilimitadas. Apaciguó Ramiro en poco tiempo los alborotos, concilió todos los partidos, y se granjeó la reputacion de pacificador del pais. Sin embargo, muy pronto reconoció el duque que ya no era necesario emplear tanto rigor, y que convenia mas templar una autoridad tan exhorbitante que hubiera llegado a ser odiosa [1]. A este fin estableció un tribunal civil en el centro de la provincia, presidido por un hombre estimado generalmente, y dispuso que cada ciudad enviase allá su procurador o abogado. Conocia bien que las crueldades de Ramiro le habian acarreado algun aborrecimiento; y para purificarse de todo cargo ante los ojos del pueblo, ganando su amor, determinó manifestar que no debían imputársele las crueldades cometidas, sinó atribuirse todas al feroz carácter de su ministro [2]. En seguida se aprovechó de la primera ocasion favorable que tuvo, y una mañana mandó hender de arriba abajo a Ramiro, y que se pusiera su cuerpo sobre un palo, en medio de la plaza de Cesana, con un cuchillo ensangrentado junto a él. El horror de semejante espectáculo dejó contentos los ánimos enconados, al paso que los llenó de espanto y de un frio estupor.

Pero volvamos a nuestro asunto. Encontrábase ya el duque muy poderoso y en gran parte exento del temor de sus enemigos, habiendo empleado contra ellos las armas que le parecieron mas convenientes, y destruido los vecinos poderosos que podian ofenderle. Faltábale únicamente, para asegurar la posesion de sus conquistas y poder aumentarlas, ponerse en estado de no temer al rey de Francia; pues sabia muy bien que este príncipe sufriría su engrandecimiento, habiendo reconocido, aunque tarde, el yerro que habia cometido. Con este fin procuró formar nuevas alianzas, al tiempo que se dirijian los franceses a Nápoles contra los españoles, que sitiaban a Gaeta. Era su intento fortificarse contra aquellos, como sin duda lo hubiera logrado si aun hubiese vivido Alejandro VI.

Tal fue su conducta en la provision de los negocios presentes; pero aun debia temer otros muchos peligros para lo venidero, como era el que le fuese contrario el papa nuevo y procurara quitarle lo que le había dado Alejandro su padre. Trató, pues, de ponerse a cubierto de semejantes peligros, y para esto en primer lugar acabó con el linaje de todos los señores a quienes había despojado de sus dominios, quitando así al papa futuro un pretesto y los auxilios que aquellos hubieran podido suministrarle, para que le despojase a él mismo. En segundo lugar, procuró granjearse la aficion de todos los nobles de Roma, a fin de valerse de ellos para contener al papa en su misma capital. En tercer lugar introdujo en el sacro colejio a cuantas hechuras suyas pudo; y por último adquirió tantos estados, tanta soberanía y poder, antes que muriese su padre, que se hallaba ya fuerte y prevenido para resistir el primer asalto que se le diera.

  1. Moderen, pues, su ambicion los ministros de los tiranos, teniendo presente aquella máxima de Tácito: Levi post admissum seelus gratiá, dein graviús ódio. «Concédeles el príncipe un favor pasajero, cuando le sirven para un crimen; pero con ánimo de dejarles luego abandonados a los efectos de un odio profundísimo.» (Ann. 14).
  2. No ígnoraba Borja lo que previene Tácito a los príncipes nuevos y viejos: Nec unquan salifida potentia, ubi nimia est. «No esté nunca seguro de mantenerse el poder que toque en los estremos.»