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EL PRINCIPE

Al tiempo de la muerte de Alejandro, habia ya el duque empleado con buen éxito tres de estos cuatro medios, y lo tenia todo dispuesto para valerse igualmente del último. Habia quitado la vida a la mayor parte de los señores que dejaba despojados, libertándose muy pocos de sus manos; tenia ganada la voluntad de los nobles de Roma, y grande partido en el colejio de los cardenales; y en cuanto a sus adquisiciones, pensaba hacerse dueño de la Toscana, estando ya en posesion de Perusa y Piombino, y faltándole únicamente la formalidad de tomar la de Pisa, que se habia puesto bajo su proteccion. Tampoco tenia ya que contemplar a los franceses; pues habian sido lanzados del reino de Nápoles por los españoles, y cada uno de estos dos pueblos tenia que solicitar su amistad. Echándose sobre Pisa, Luca y Sena, no podian menos de ceder muy pronto, en parte por ódio de los Florentines, y en parte por miedo; y los Florentines no podian defenderse, estando faltos de fuerzas. Si todos estos proyectos hubieran podido estar ejecutados al fallecimiento de Alejandro, no hay duda que el duque hubiera tenido bastante fuerza y consideracion para sostenerse por sí mismo, e independientemente de la fortuna y del poder de otro.

Cinco años despues que el duque habia desenvainado la espada, murió Alejandro dejándole únicamente bien consolidado en el estado de la Romania, y todas sus demas conquistas en el aire entre dos potencias armadas. Hallábase tambien Borja a la sazon atacado de una enfermedad mortal; y con todo era tanta su habilidad, tan distinguido su valor, y sabia tan bien que hombres debia destruir y cuales atraer a su amistad; en fin, supo en tan poco tiempo asentar su poder sobre cimientos tan sólidos, que, a no haber tenido delante dos ejércitos enemigos, o si hubiese estado bueno, no hay duda que hubiera vencido todas las demas dificultades. La prueba de que sus principios eran muy seguros está en que por mas de un mes se le mantuvo fiel y tranquila la Romania; y en que, aun estando medio muerto, nada tuvo que temer de parte de Roma, ni se atrevieron a perseguirle los Baglioni, los Vitelli y los Orsini, sin embargo de que se trasladaron a la misma ciudad. Consiguió, a lo menos, que, ya que no fuese electo papa el cardenal que él quería, tampoco lo fuese aquel que de ningun modo le acomodaba: en fin, todo le hubiera sido muy fácil, no habiéndose hallado enfermo al tiempo que murió Alejandro. Díjome el dia mismo que fué electo pontífice Julio II, que había reflexionado mucho en todo lo que podría ocurrir a la muerte de su padre, buscando algun remedio acomodado a cada incidente; pero que nunca le habia ocurrido que él propio podría hallarse en peligro de perder la vida cuando su padre muriese.

Resumiendo todas las acciones del duque, no encuentro falta alguna que imputarle, y me parece que puedo, como lo he hecho, proponerle por modelo a todos aquellos que, por la fortuna o por las armas de otro, hayan ascendido a la soberanía con miras grandes y proyectos todavía mayores. Su conducta no podia ser mejor; y el único tropiezo que encontraron sus designios fue la muerte demasiado temprana de Alejandro, y la enfermedad que a la sazon él mismo padecía.

A cualquiera, pues, que juzgue serle necesario en un señorío nuevo asegurarse de la fe de sus enemigos, adquirir partidarios, vencer o por la fuerza, o por la astucia, hacerse amar y temer de los pueblos, hacerse seguir y respetar por el soldado, destruir a todos los que pudieren o debieren causarle daño, sustituir leyes nuevas a las antiguas, ser a un tiempo severo y benigno, magnánimo y liberal, deshacerse de una milicia en que no pudiera tener confianza y formar otra nueva, conservar la amistad de los príncipes y de los reyes, de modo que deseen hacerle bien y teman tenerle por contrario; de todo esto, digo, no puede ofrecerse un ejemplo mas reciente ni mas acabado que el que presenta Cesar Borja, a lo menos hasta la muerte de su padre.