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Y ANTI-MAQUIAVELO

quiere vestirse con el armiño de la inocencia; nunca es mas sensible la opresion que cuando se escuda con la ley.

Borja preveía los acontecimientos que podían sobrevenirle a la muerte del papa, su padre; y a fin de precaverse contra ellos, fue poco a poco esterminando con el puñal o con veneno a todos aquellos cuyos bienes se había apropiado, temiendo que el nuevo pontífice, ayudado de los descontentos, se opusiera a sus continuas demasías. Los crímenes se enlazan forzosamente unos con otros como eslabones de una cadena: la sed de gloria y de placeres ocasiona gastos: para sufragarlos se necesitan riquezas: para obtenerlas, no hay medio mas cómodo que robarlas a sus lejítimos posesores: y para disfrutarlas con toda seguridad es preciso esterminar a las víctimas. Así raciocinan los bandidos. Entre los muchos desgraciados que Borja perseguía con tan siniestros fines, se hallaban algunos cardenales. El asesino les convidó a cenar en el palacio pontifical; pero quiso la Providencia que el papa y César Borja bebiesen por descuido el tósigo que destinaban a sus convidados. Alejandro VI sucumbió a sus mortales efectos; y Borja solo se libró de la muerte para arrastrar en cambio el peso de una viaa aventurera y miserable, digna recompensa de los viles asesinos.

Estas son, en resumen, la prudencia, la habilidad y las virtudes que Maquiavelo no se cansa de elojiar. Los mas elocuentes panejiristas, Bossuet, Flechier, Plinio, no podrían decir mas para ensalzar a sus héroes de lo que ha escrito Maquiavelo en elojio de César Borja. Si el autor hubiese querido escribir un poema haciendo gala de frases poéticas y de figuras retóricas, podríamos aplaudir la sutileza de su injenio, censurando la mala eleccion de su asunto; pero no se trata de cosa tan fútil: su libro es un tratado de política que pasará a la posteridad; es una obra séria, en la cual Maquiavelo se ha atrevido a tributar los mayores elojios al monstruo mas abominable de cuantos pudo el infierno vomitar en la tierra, sin temor de acarrearse el odio y el desprecio de las futuras jeneraciones.


CAPITULO VIII

De aquellos que se han elevado a la soberanía por medio de maldades.

Paréceme conveniente ahora hablar de otros dos modos que hay de adquirir la soberanía, independientes en parte de la fortuna y del mérito, sin embargo de que el exámen de uno de ellos ocuparia un lugar mas propio en el artículo de las repúblicas. El primero consiste en ascender a la soberanía por medio de alguna gran maldad; y el segundo se efectua cuando un simple particular es elevado a la dignidad de príncipe de su patria por el voto jeneral de sus conciudadanos. Dos ejemplos del primer caso voy a citar, el uno antiguo y el otro moderno, los cuales sin mas aprecio ni exámen, podrán servir de modelo a cualquiera que se halle en la necesidad de imitarlos. El siciliano Agatocles, que de simple particular de la mas ínfima estraccion subió al trono de Siracusa, y siendo hijo de un alfarero fue dejando señales de sus delitos en todos los pasos de su fortuna; se portó, no obstante, con tanta habilidad, con tanto valor y enerjía de alma, que, siguiendo la carrera de las armas, pasó por todos los grados inferiores de la milicia y llegó hasta la dignidad de pretor de Siracusa. Luego que subió a un puesto tan elevado, quiso conservarlo, desde allí alzarse con la soberanía, y retener por la fuerza y con absoluta independencia la autoridad que volnntariamente se le habia concedido. Para este fin