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EL PRINCIPE

do; no como antiguamente sucedía, que un puñado de hombres bastaba para ejecutar grandes empresas, despidiéndolos del servicio después de terminada la guerra. Vería tambien que, en vez de pesadas lanzas, arcabuzes jiratorios y férreas armaduras, tenemos vestidos uniformes, fusiles con bayonetas, métodos nuevos de instruccion militar, y sobre todo, que conocemos el arte de mantener y pagar nuestros soldados, cosa tan útil hoy dia como pudo serlo en otro tiempo el arte de batir al enemigo.

¿Y qué no diría el mismo Maquiavelo si pudiese ver la forma nueva del cuerpo político europeo: tantas y tan poderosas monarquías como hoy figuran en el mundo y que no existían en su tiempo: la mayor solidez y estabilidad del poder real: el sistema diplomático de negociar; y sobre todo, esto que hoy llamamos balanza europea que, estableciendo un equilibrio bien entendido entre los soberanos aliados, sirve de valla contra los ambiciosos, y garantiza la tranquilidad del mundo?

Todo esto ha producido un cambio tan jeneral en la política de las naciones, que no es posible tengan hoy aplicacion las máximas de Maquiavelo. A demostrar esto mismo, se limitarán mis observaciones sobre el presente capítulo.

Maquiavelo supone que un príncipe que poseyera gran estension de territorio, mucho dinero y numerosas tropas, podría resistir con sus propias fuerzas los ataques de sus enemigos sin ayuda de aliados. Yo me atrevo a contradecirle, y sostengo que, por muy temible que sea un príncipe, no podrá rechazar por sí solo a sus enemigos poderosos; siéndole en todo caso indispensable el apoyo, cuando menos, de otros príncipes aliados. Cuando hemos visto a Luis XIV, el príncipe mas formidable de la Europa, próximo a sucumbir en la guerra de la sucesion de España, y que por falta de aliados, apenas pudo hacer frente a la liga de tantos reyes interesados en su derrota, con mayor razon se espondrá a perder su trono todo príncipe que, siendo inferior a Luis XIV, permanezca aislado en sus estados, sin formar alianza con sus vecinos.

Suele decirse, con poca reflexion, que los tratados son inútiles porque rara vez se cumplen en todas sus partes, siendo los modernos estados tan poco escrupulosos en su observancia como lo fueron los antiguos. A esto respondo que, si bien hay ejemplos en la historia antigua, y aun en la contemporanea, de príncipes que han faltado a la fe de sus compromisos, creo, no obstante, que es útil y ventajoso para las naciones estipular tratados de mutua alianza; porque cuantos mas aliados tenga un príncipe, tantos menos enemigos tendrá que combatir; y aun suponiendo que lleguen a negarle socorros en caso de guerra, conseguirá al menos obligarlos a mantenerse neutrales.

Maquiavelo habla en seguida de esos príncipes microscópicos, soberanos en miniatura, que no pueden mantener tropas en pie de guerra a causa de la pobreza y pequeñez de sus estados. A estos aconseja con empeño que fortifiquen sus ciudades capitales, a fin de poderse encerrar en ellas con sus soldados en caso de guerra.

Los príncipes italianos a que alude Maquiavelo, no son ni soberanos ni individuos particulares; son en cierto modo hermafroditas, que participan de ambas naturalezas. Su reputacion de grandes señores está circunscrita al círculo de sus domésticos. Yo creo que lo mejor que se les puede aconsejar es que traten de modificar en lo posible la exajerada idea que tienen de su propia grandeza, y el culto que tributan a sus ilustres antepasados y a sus viejos pergaminos. Las personas sensatas dicen que mejor harían esos príncipes en figurar como señores bien acomodados; y en todo caso, podrían mantener una tropa de guardas para impedir que los ladrones asaltasen sus ventanas, si es