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Y ANTI-MAQUIAVELO.

que hay ladrones tan hambrientos que vayan a sus palacios a buscar que comer. Por lo demas, obrarían como hombres cuerdos si echasen por tierra sus murallas, y depusiesen su necio orgullo, que les obliga a subir en zancos para finjir lo que no son.

Este consejo está basado en las lecciones de la esperiencia. En jeneral, los príncipes pequeños, y en particular los de Alemania, se arruinan por los escesivos gastos que necesitan hacer para conservar un viso de grandeza, sin que su vanagloria les permita tener en cuenta la escasez de sus recursos. Toos ellos se sacrifican por sostener el honor de su casa; la vanidad los sepulta a vezes en la miseria y conduce a muchos al hospital. Hasta el menor de los menores descendientes de un príncipe reinante quiere parecerse en algo a Luis XIV; todos quieren tener su Versalles y sus queridas; todos quieren tener tropas a su servicio; y hay ejércitos tan completos en su organizacion y, sin embargo, tan diminutos, que apenas podrían representar una batalla en el teatro de Verona.

Es inútil de todo punto que estos príncipes fortifiquen la capital de su residencia, como Maquiavelo les aconseja, porque nunca se verán en el caso de tener que sostener un sitio contra sus rivales. Cuando riñen o se querellan entre sí, otros príncipes de mas valimiento, interesados en conservar el órden, les proponen su mediacion, que se ven obligados a aceptar; de modo que, por mas que sueñen con la guerra, siempre terminarán sus discordias como hasta aquí: con una plumada de sus protectores.

Por otra parte, ¿de qué le servirían sus fortalezas si tratasen de resistir a los grandes soberanos? Aunque fuesen capazes de sostener un sitio como el de Troya contra sus pequeños enemigos, es probable que no resistieran contra un monarca poderoso lo que resistió Jericó a vista de los Israelitas.

En el caso de una guerra jeneral, es mucho mayor su compromiso; porque, si quieren permanecer neutrales y encerrarse en sus castillos, serán el blanco de los ejércitos; y si se adhieren a una de las partes belijerantes, tendrán que franquear sus pobres fortalezas y esponerlas a los embates del enemigo.

Las ciudades imperiales de Alemania son muy distintas hoy en dia de lo que eran en tiempo de Maquiavelo. Un solo cohete, una órden escrita del emperador bastaría hoy para que se sometiesen. Todas ellas están mal defendidas, con viejas murallas y guarnecidas de torreones que casi han perdido el equilibrio, y circundadas de fosos casi terraplenados por la continua caida de tierras y piedras que se desprenden de sus paredes. Tienen pocas tropas de guarnicion, y esas mal disciplinadas. Sus oficiales son, o la escoria de la Alemania, o momias viejas e incapazes de servicio. Hay algunas ciudades que tienen artillería; pero no la bastante para oponerse a las tropas del emperador, quien, por su parte, no deja de recordarles de vez en cuando su superioridad.

Para concluir, dire que el arte de hacer la guerra, de dar batallas y de atacar o defender fortalezas, está reservado unicamente a los grandes príncipes; y que los que quieren imitarlos, sin tener fuerzas para ello, se asemejan al heroe de la fábula que remedaba el estampido del trueno, y se creía igual a Júpiter tonante.


CAPITULO XI

De los principiados eclesiásticos.

Solamente me falta hablar de los principados eclesiásticos, que no se ad-