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Y ANTI-MAQUIAVELO.

cesos tanto mas gloriosos, cuanto que este papa trabajó por enriquecer a la Iglesia, y no a sus parientes.

Dejó Julio a los Ursinis y Colonnas en el estado en que los habia hallado al tiempo de su exaltacion; y aunque las semillas de las parcialidades antiguas subsistieran todavía, no pudieron brotar bajo el peso de un gobierno poderoso y que tuvo la sabia política de escluir del cardenalato a estas dos casas; con lo cual se agotó la fuente de las disensiones que habian despedazado la Iglesia hasta el pontificado de Alejandro, porque los cardenales suelen aprovecharse del influjo que les da esta dignidad para fomentar turbulencias dentro y fuera de Roma, en que se ven obligados a tomar parte los señores de una y otra faccion; de manera que se puede asegurar con verdad que la discordia que hay entre los barones siempre proviene de la ambicion de los prelados.

De esta suerte el pontífice reinante ha encontrado la Iglesia en el grado mas alto de prosperidad. Pero si Alejandro y Julio la han consolidado por su valor, todo nos promete que Leon X coronará la obra por su bondad, y por otras mil calidades apreciables.


Exámen [1].

No veo en la antigüedad ejemplos de simples sacerdotes que se hayan elevado al rango de soberanos. De todos los pueblos de que hay noticia, solo los Judios han tenido una série de pontífices déspotas; y no es estraño que en la nacion mas ignorante y supersticiosa de todas las naciones bárbaras hayan logrado usurpar los jefes de la relijion el manejo de los negocios públicos. En todos los paises, los sacerdotes se limitaban a ejercer las funciones propias de su ministerio: hacían sacrificios, recibían su salario, tenían su prerogativas, pero rara vez intervenían en la educacion, y jamás en el gobierno de los Estados. La tolerancia no estaba entonces escluida del dogma, ni tenía la Iglesia esa autoridad de que es tan fácil abusar; y por esto, sin duda, se vieron libres los antiguos de guerras relijiosas.

Cuando en aquellos últimos años de bárbara anarquía que precedieron a la ruina del imperio romano, se dividió la Europa en mil pequeñas soberanías, a imitacion del obispo de Roma, que fué quien les dió el ejemplo. Parecía natural, entonces como ahora, que los pueblos rejidos por estos gobiernos eclesiásticos viviesen contentos y felizes; porque un príncipe electivo, un príncipe que no logra subir al poder sinó en edad avanzada, y cuyos estados son jeneralmente muy reducidos, debiera ser benigno para con sus súbditos, si no por sentimiento relijioso, al menos por miras de buena política. Sin embargo, es evidente que en ningun pais civilizado hay tantos pobres como en los estados eclesiásticos; y no aludo solo a los vagabundos que viven holgadamente de limosna; tampoco hablo de los parásitos que rastrean por los palacios del opulento, sinó de esos pobres famélicos que carecen absolutamente de medios con que procurarse la subsistencia. Cualquiera diría que estos Estados se rijen por las leyes de Esparta, que prohibían el uso del oro y de la plata: solo el Soberano parece no estar conforme con la ley Espartana.

La razon jeneral que puede darse de esta miseria, es que, como estos príncipes suben tarde al poder, sin probabilidad de disfrutarlo por mucho tiempo, solo cuidan de enriquecer en vida a sus herederos, y rara vez tienen la voluntad ni el tiempo necesarios para llevar a cabo empresas grandes y útiles. Todas las instituciones de industria, de comercio, que exijen tiempo y constancia, son ajenas a su sistema de gobierno. El trono es para ellos una casa pres-

  1. Todo este capítulo es de la pluma de Voltaire.