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Y ANTI-MAQUIAVELO.

de los estados, ya sean antiguos, ya nuevos o mistos, en las buenas leyes y en las buenas tropas; pero, como no pueden existir las buenas leyes sin las buenas tropas, y como estos dos elementos del poder político siempre están unidos, me parece suficiente hablar del uno de los dos.

Las tropas que sirven para la defensa de un estado son o nacionales, o estranjeras, o mistas. Las de la segunda clase son inútiles y peligrosas, ya se las emplee en calidad de ausiliares, o en la de asalariadas; y nunca tendrá seguridad el príncipe que cuente con tales soldados, porque hay poca union entre ellos, son ambiciosos y no guardan disciplina ni fidelidad: calientes entre los amigos, cobardes en presencia del enemigo, sin temor de Dios y sin buena fé con los hombres; de manera que el príncipe, para retardar su caida, tiene que poner su principal estudio en evitar la ocasion de depender del valor de tales tropas. En una palabra, ellas roban al estado en tiempo de paz, como lo ejecuta el enemigo en tiempo de guerra. ¿Y cómo ha de ser otra cosa? No poniéndose al servicio del estado esta clase de tropas sinó por el interés de un salario, que nunca es tan cuantioso que equivalga al riesgo de perder la vida, solo sirven con gusto en tiempo de paz, y luego que se declara la guerra, es muy difícil sujetarlas a una rigorosa subordinacion. Seria muy fácil de probar este punto, como que la ruina actual de Italia proviene únicamente de la confianza que se puso en las tropas mercenarias [1]. Es verdad que al principio hicieron algunos buenos servicios, y se mostraron animosos peleando contra otras tropas del pais; pero luego que se presentaron los estranjeros, se acabó su valor, y mostraron lo que eran. Asi es que Cárlos, rey de Francia, se apoderó de Italia con la mayor felizidad, y sin mas trabajo que el de ir en cada lugar señalando alojamiento a sus soldados: y no se engañaban los que decian que nuestros pecados eran la causa de aquella pérdida, porque efectivamente nos acarrearon tal desgracia nuestros propios descuidos, o por mejor decir, los de los príncipes, quienes pagaron bien su merecido.

Para aclarar mas esta materia, advierto que ninguna confianza puede tenerse en los jefes de semejantes cuerpos, sean buenos o malos oficiales. En el primer caso, porque aspiran a elevarse ellos mismos oprimiendo al príncipe que los emplea, u oprimiendo a otros contra los designios del mismo príncipe; y en el segundo, porque de los oficiales malos solamente puede esperarse la pronta ruina del estado que se vale de ellos.

Se me dirá tal vez que lo mismo sucederá con cualquier otro capitan que tenga tropas a su mando; a lo cual responderé esponiendo como hayan de emplearse estos ejércitos mercenarios por un príncipe, o por una república. En el primer caso debe el príncipe ponerse al frente del ejército; y en el segundo, debe la república dar el mando de sus tropas a uno de sus ciudadanos. Si este no es a propósito, nómbrese otro; y si es buen capitan, téngasele con tal dependencia que no pueda escederse de las órdenes que reciba.

La esperiencia nos enseña que los estados, ya sean o no republicanos, han podido acabar por sí mismos grandes empresas, y que las milicias mercenarias les han causado siempre perjuicio; pero con respecto a las repúblicas, añado que podrán librarse mejor de la opresion del que mande sus tropas, cuando estas sean nacionales, que cuando fueren estranjeras. Roma y Esparta se mantuvieron libres muchos siglos con las milicias de su pais; y en el dia, si son tan libres los Suizos, es porque ellos mismos están bien armados.

En prueba de lo que acabo de decir sobre el peligro de valerse de tro-

  1. Los grandes capitanes de la Italia en los siglos XV y XVI solían andar al frente de tropas que habían levantado a sus espensas, y ponerse a servir con ellas por un sueldo, ya a un príncipe, ya a otro; de modo que durante una misma guerra se les veía servir alternativamente a los dos partidos contrarios: tales fueron Bartolomé Colconi, Jacobo Sforcia, Piccinino, etc.