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EL PRINCIPE

funesta al príncipe que se sirve de ella, porque, si es vencida, él es quien sufre la pérdida, y si vencedora, queda a su discrecion. Llena está la historia antigua de ejemplos que lo confirman; pero me limitaré a contar uno reciente. Queriendo Julio II apoderarse de Ferrara, pensó encargar el cuidado de esta espedicion a un estranjero; mas por fortuna suya ocurrió un incidente que le salvó de haber pagado bien cara semejante imprudencia. Fue el caso que, habiendo sido derrotadas sus tropas auxiliares en Ravena, se vió el vencedor acometido inopinadamente por los Suizos, que le pusieron en huida; y de esta suerte se libró el pontífice, no solo del enemigo, que fué vencido posteriormente, sinó de sus tropas auxiliares, que tan poca parte tuvieron en la victoria alcanzada.

Habiendo determinado los Florentinos poner sitio a Pisa, y careciendo de milicias nacionales, tomaron a su servicio diez mil franceses; falta que les acarreó mayores males que los que hasta entonces habian padecido. El emperador de Constantinopla, amenazado por sus vecinos, metió en la Grecia diez mil turcos, a quienes no pudo echar de allí concluida la guerra, y quedó esta provincia sujeta a los infieles.

Aquel, pues, que quiera ponerse en estado de nunca ser vencedor, no necesita mas que valerse de estas milicias, que es aun peor que las tropas mercenarias, porque forman un cuerpo, solamente sujeto a la obediencia de un estraño. Por el contrario, si se levanta esta última clase de milicias por quien las emplea y paga, y forman un cuerpo separado, no será tanta la continjencia de que sean perjudiciales una vez vencido el enemigo; porque, siendo nombrado el jefe por el mismo príncipe, no puede de un golpe adquirir bastante autoridad sobre el ejército para hacerle que convierta las armas contra el que le paga. En fin, yo creo que tanto debe temerse el valor de las tropas ausiliares, como la cobardía de las mercenarias; y que un príncipe prudente mas bien querrá esponerse a ser batido con sus propias tropas, que vencer con las estranjeras; además de que no es verdadera victoria la que se consigue por medio de un socorro estraño.

En prueba de esta proposicion no puedo menos de citar el ejemplo de Cesar Borja. Se apoderó de Imola y de Forli, valiéndose del auxilio de las trancesas: viendo desde luego que no podía contar con su fidelidad, recurrió a la milicia mercenaria que capitaneaban los Ursini y los Vitelli, como menos temible; y encontrando despues este príncipe tan poca seguridad en unas como en otras, tomó el partido de deshacerse de todas ellas, y no volvió a servirse sinó de sus propios soldados.

Si se quiere conocer la gran diferencia que hay entre estas dos especies de milicia, compárense las campañas del mismo duque, teniendo a sueldo suyo a los Ursini y los Vitelli, con las que hizo al frente de sus propias tropas; por que nunca pudo conocerse bastante su talento hasta que fué absoluto dueño de sus soldados.

Bien quisiera ceñirme a los ejemplos sacados de la historia moderna de Italia; pero viene tan al caso el de Hierón, tirano de Siracusa, de quien ya he hablado, que no lo puedo omitir. Habíale confiado esta ciudad el mando de sus tropas, compuestas de estranjeros mercenarios; y no tardando aquel jeneral en reconocer cuan poco podía prometerse de semejante milicia asalariada, cuyos jefes se conducian casi como nuestros italianos; viendo ya claramente que sin peligro no podía servirse de ella ni licenciarla, tomó la violenta resolucion de destruirla, y sostuvo despues la guerra con sus propios soldados.

Tambien citaré otro pasaje histórico sacado del viejo Testamento. Habiéndose ofrecido David a salir a pelear contra el temible filisteo Goliat, el rey Saúl, para encender su ánimo, le armó con su espada, su morrion y su coraza;