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Y ANTI-MAQUIAVELO.

son estos ejemplos dignos de imitarse en nuestros dias; si la rudeza de costumbres debe dar lecciones a la cortesanía, o si no es mas natural que los siglos ilustrados sirvan de modelo a los siglos bárbaros?

El hombre es superior al bruto por su intelijencia, no por la fuerza; y la intelijencia de un cazador de profesion abunda demasiado en rústicas ideas. Hay algunos tan groseros y brutales en sus maneras, que es de temer lleguen a ser con el tiempo tan inhumanos para con sus semejantes como lo son para con los brutos; o cuando menos debe suponerse que la costumbre de hacer padecer a los animales y de verlos sufrir con indiferencia borrará de sus corazones esos sentimientos piadosos que nos inducen a compadecer y aliviar las miserias humanas. Y en tal caso, ¿qué nobleza puede haber en semejantes placeres? ¿Cómo puede ser digna esta ocupacion de un ser intelijente?

Se objetará que la caza es un ejercicio saludable, habiendo demostrado la esperiencia que los que se han dedicado a ella han llegado a una edad muy avanzada, y que es muy conveniente a los príncipes porque les permite hacer gala de magnificencia, los distrae de los cuidados del gobierno, y los familiariza con la imájen de la guerra. Yo estoy muy lejos de condenar el ejercicio moderado; pero observaré de paso que el ejercicio continuo y sistemático no es absolutamente indispensable sinó a los enfermos y a los incontinentes. Pocos príncipes habrán vivido tanto como el cardenal de Fleury, el de Jimenez de Cisneros o el papa Clemente XII, y sin embargo no fueron cazadores. ¿Y de qué sirve que el hombre llegue a la edad de Mathusalen si ha de llevar una vida indolente e inútil? Cuanto mas estudie y medite, tanto mejores serán sus obras, y tanto mas fruto sacará de la vida.

La magnificencia, es verdad, conviene a los príncipes; pero pueden manifestarla por otros medios mucho mas útiles para sus súbditos. La caza solo sería útil si fuese tanta la abundancia de animales que dañase a las campiñas o causase perjuicios de consideracion en los sembrados y plantíos; en cuyo caso, el príncipe debiera tener cazadores o monteros bien pagados, que purgasen sus estados de tamaña plaga. Un buen rey no tiene jamás tiempo suficiente para instruirse y atender a los cuidados de su gobierno.

A Maquiavelo, en particular, podría yo responder que no es necesario ser cazador para ser gran capitan. Gustavo Adolfo, Turena, Marlborough, el príncipe Eujenio, a quienes nadie disputará el rango de hombres ilustres y habiles jenerales, no cazaron nunca; ni nos dice la historia que Cesar, Alejandro o Escipion hayan cazado en su vida. Si el objeto del autor es que los príncipes ejerciten a la vez el cuerpo y la intelijencia, debiera proponerles el ejemplo de los filósofos peripatéticos; pues yo creo que un hombre puede hacer reflexiones mas sólidas sobre el mapa de un pais, o sobre el arte de la guerra, mientras se pasea tranquilamente, que no cuando los galgos, ciervos, perdizes distraen su imajinacion. Recuerdo que un gran principe, que hizo en Hungría su segunda campaña, estuvo a pique de caer prisionero de los turcos por haberse estraviado cazando. Sería tambien muy conveniente que los jenerales prohibiesen la caza a los ejércitos que van de marcha, para evitar los desórdenes de que ha sido causa esta diversion.

Concluyo, pues, diciendo que es muy escusable en los príncipes este pasatiempo, siempre que lo disfruten con poca frecuencia o con el objeto de dar treguas a sus cuidados, que suelen a vezes ser muy tristes. Yo no escluyo ningun placer morijerado; pero creo que el mayor de todos es el de saber gobernar, hacer la felizidad de los pueblos, protejer y ver prosperar las ciencias y las artes; y desgraciado el príncipe que busque otros placeres.