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EL PRINCIPE

piedad, y en saber disimular y finjir; porque los hombres son tan débiles y tan incautos que, cuando uno se propone engañar a los demas, nunca deja de encontrar tontos que le crean.

Solamente citaré un ejemplo tomado de la historia de nuestro tiempo. El papa Alejandro VI se divirtió toda su vida en engañar; y aunque su mala fe estaba bien probada y reconocida, siempre le salían bien sus artificios. Jamás se detuvo en prometer ni en afirmar sus palabras con juramento y las mas solemnes protestas; pero tampoco se habrá conocido otro príncipe que menos se sujetara a estos vínculos, porque conocía a los hombres y se burlaba de ellos.

No se necesita, pues, para profesar el arte de reinar, poseer todas las buenas prendas de que he hecho mencion: basta aparentarlas; y aun me atreveré á decir que a las vezes sería peligroso para un príncipe hacer uso de ellas, siéndole útil siempre hacer alarde de su posesion. Debe procurar que le tengan por piadoso, clemente, bueno, fiel en sus tratos y amante de la justicia; debe tambien hacerse digno de esta reputacion con la práctica de las virtudes necesarias; pero al mismo tiempo ser bastante señor de sí mismo para obrar de un modo contrario cuando sea conveniente. Doy por supuesto que un príncipe, y en especial siendo nuevo, no puede practicar indistintamente todas las virtudes; porque muchas vezes le obliga el interés de su conservacion a violar las leyes de la humanidad, y las de la caridad y la relijion; debiendo ser flexible para acomodarse a las circunstancias en que se pueda hallar. En una palabra, tan útil le es perseverar en el bien cuando no hay inconveniente, como saber desviarse de él si el interés lo exije. Debe sobre todo hacer un estudio esmerado de no articular palabra que no respire bondad, justicia, buena fe y piedad relijiosa; poniendo en la ostentacion de esta última prenda particular cuidado, porque jeneralmente los hombres juzgan por lo que ven, y mas bien se dejan llevar de lo que les entre por los ojos que por los otros sentidos. Todos pueden ver, y muy pocos saben rectificar los errores que se cometen por la vista. Se alcanza al instante lo que un hombre parece ser; pero no lo que es realmente; y el número menor, que juzga con discernimiento, no se atreve a contradecir a la multitud ilusa, la cual tiene a su favor el esplendor y la majestad del gobierno que la proteje.

Cuando se trata, pues, de juzgar el interior de los hombres, y principalmente el de los príncipes, como no se puede recurrir a los tribunales, es preciso atenerse a los resultados: así lo que importa es allanar todas las dificultades para mantener su autoridad; y los medios, sean los que fueren, parecerán siempre honrosos y no faltará quien los alabe [1]. Este mundo se compone de vulgo, el cual se lleva de la apariencia, y sólo atiende al éxito: el corto número de los que tienen un injenio perspicaz no declara lo que percibe; sinó cuando no saben a que atenerse todos los demás que no lo tienen.

En el dia reina un príncipe, que no me conviene nombrar [2], de cuya boca no se oye mas que la paz y la buena fé; pero, si sus obras hubiesen cor-

  1. Nihil gloriosum nisi tutum, et omnia retinenda dominationis honesta. «No hay gloria en lo que se compromete la autoridad, ni deja de ser licito lo que sirvo para mantenerla». Esto decia Salustio.
  2. Habla de Fernando V, rey de Aragon y de Castilla, que conquistó les reinos de Nápoles y Navarra.