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DE MAQUIAVELO.

te 43 años (esta es mi edad) no debe cambiar ya de naturaleza. Mi indijencia atestigua mi fidelidad y honradez. Yo desearía que me escribieseis sobre este punto, y me recomiendo a vos. Sed dichoso. —10 de octubre de 1513, Florencia.—Nicolás Maquiavelo.-

 Esta carta no necesita comentarios ni esplicacion. En ella pinta Maquiavelo el estado de su alma, su despecho, su miedo a la miseria, su vergüenza del estado mas que despreciable a que estaba reducido: el lector atento en contrará en ella la clave del Príncipe. Los literatos italianos no juzgan esta obra sin citar su carta a Vetori. Puede consultarse acerca de este punto y sobre otros importantes la escelente disertacion del caballero Baldelli. Tampoco debe olvidarse que el Príncipe fué impreso con un privilejio del papa Clemente VII, dado el 20 de agosto de 1531. En fin, en la dedicatoria de la misma obra se encuentran estas significativas palabras: «Y si al mismo tiempo os dignais bajar la vista a estas rejiones y considerar el miserable estado a que me veo reducido, conocereis, señor, cuan severa e implacable ha sido conmigo la fortuna.»

 Sin embargo, no todo es igualmente reprensible en este libro; pues a menudo se hallan las máximas mas opuestas. En el artículo VII, por ejemplo, al paso que pone por modelo al abominable Borgia, le dice: «vos no podeis llamar virtud a degollar a sus conciudadanos, vender a sus amigos, vivir sin fe, sin piedad, sin relijion: esto podrá dar un reino; pero no gloria; y en el capítulo VIII ataca con vigor las confiscaciones.»

 Pero, con todo, nosotros encontramos muy justas las observaciones que sobre la obra y su autor hace un escritor moderno. «Su vida, dice, fué por demás licenciosa y estravagante, señalándose siempre entre los amigos de la disipacion y haciendo el amor aun a una edad muy avanzada. Le escribían de Florencia: Como no estais aquí, ya no se trata de juegos, tabernas, mujeres y demás pasatiempos. Era, sin embargo, individuo de las hermandades mas devotas de Florencia; y con motivo de la fiesta de una de ellas, predicó una vez un sermon lacrimoso, tomando por testo el De profundis, y concluyó exhortando a sus oyentes a que hicieran penitencia e imitasen a San Francisco y San Jerónimo. Tal vez al acabar de predicar de esta manera iba a cantar a la reja de su querida alguna cancion lasciva. Un hombre de estas cualidades no puede ser, como algunos han querido, un republicano ardiente y severo, sinó un escritor eminente, que, como tantos otros, vendía su injenio al que mejor se lo pagaba, para poder entregarse a su vida de licencia o libertinaje.

 Con la intencion sin duda de abrirse el camino de los honores y de ganarse la confianza de Julian de Médicis, fué por lo que escribió su tratado del Principe, destinado a indicarle por qué medios puede conservarse un poder nuevo. Su libro está lleno de una sabiduría enteramente romana, llena de egoismo y de una lójica inexorable, fundada siempre en la necesidad de conservacion. «El tirano debe tener siempre en la boca las palabras de clemencia y relijion; pero no debe inquietarse por faltar a ellas cuando lo exija su interés. Las crueldades son necesarias muchas vezes, porque el objeto de un gobierno es durar, y esto no es posible sinó con la ayuda del rigor.» Nada mas lójico ni necesario en el arte de gobernar de aquella época; pero nada mas inmoral ni vituperable a los ojos de la razon, de la humani-