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EL PRINCIPE

mente a los Guelfos y a los Jibelinos en las ciudades sujetas a su dominio, y no dejándoles que llegasen a las manos, no cesaban de soplar el fuego de la discordia entre ellos, a fin de distraerlos de la idea de sublevarse. Verdad es que esta república no sacó el fruto que esperaba de semejante conducta, porque, derrotados sus ejércitos en Vaila, una de estas facciones se propuso dominarla, y lo consiguió.

Síguese pues, que tal política es el recurso de la debilidad, y por lo mismo un príncipe poderoso no sufrirá jamás semejantes divisiones, que, cuando no sean enteramente perjudiciales en tiempo de paz, porque ofrecen un medio eficaz de distraer a los súbditos de toda idea de rebelion, son en tiempo de guerra las que ponen mas en descubierto la impotencia del estado que se vale de ellas. Venciendo obstáculos, se engrandecen los príncipes; y por eso suele la fortuna ensalzar a algunos en el principio de su carrera, suscitándoles enemigos y ofreciéndoles dificultades que enciendan su jenio, ejerciten su valor y les sirvan como de otros tantos escalones para llegar a un alto grado de poder. Por esta razon piensan muchos que alguna vez le conviene a un príncipe buscar enemigos, para que le obliguen a salir de una peligrosa inercia, y le proporcionen ocasiones de hacerse admirar y querer de sus súbditos, tanto leales como rebeldes.

Los príncipes, y especialmente los nuevos, han sido servidos a las vezes con mas zelo y fidelidad de aquellos súbditos en quienes no tenian al principio una entera confianza, que de otros que en su opinion eran absolutamente fieles. Pandolfo Petrucci, príncipe de Sena, con mejor voluntad se valía de los primeros que de los últimos; pero es dificil fijar reglas jenerales en un punto que varía segun las circunstancias: solamente advertiré que, si los hombres, a quienes el príncipe miraba como enemigos en los primeros años de su reinado, tienen necesidad de su apoyo y proteccion, podrá ganárselos fácilmente; y aunque nuevos partidarios suyos, le serán tanto mas fieles, cuanto mayor esmero necesiten poner en borrar por medio de sus servicios la opinion poco favorable que su anterior conducta habia producido. Al contrario, aquellos que nunca han estado opuestos a los intereses del príncipe, cuando llega el caso de necesitarlos, suelen servirle con la flojedad y descuido que enjendra la misma seguridad [1].

Esta materia me presenta oportuna ocasion de hacer a los príncipes nuevos una advertencia importante, y es que, si han ascendido a la dignidad suprema por favor del pueblo, indaguen atentamente la causa y los motivos de tanta benevolencia; porque, si proviene menos del verdadero interes que les inspire su persona, que de odio al gobierno antiguo, podrá luego costarles trabajo mantenerse en la gracia de sus súbditos por la misma dificultad de contentarlos.

Habrá hombres que, aunque aborrecieran el gobierno antiguo, vivirian con él sin violencia; otros de carácter inquieto y duro que no podrian aguantar los abusos de la administracion pasada; y de estos últimos, aun cuando hayan contribuido a la elevacion del príncipe nuevo, es mas difícil ganarse la amistad que de los primeros. Basta tener una leve tintura de la historia antigua y moderna para convencerse de esta verdad.

Los príncipes construyen las fortalezas para mantenerse con mas facilidad en sus estados frecuentemente amenazados por los enemigos estertores, y para contener el primer ímpetu de una revolucion. Este método es muy antiguo y me parece bueno [2]: no obstante, hemos visto en nuestros tiempos que Nico-

  1. Celso fue fidelísimo a Oton, aunque había sido antes un amigo incorruptible de Galba.
  2. A la muerte de Felipe María Visconti, último duque de su dinastía en Milan, cuando los ciudadanos formaron una república, nombrando comandante jeneral de sus tropas a Francisco Sforza, este les persuadió a que demolieran la ciudadela que habían construido los Visconti. Pensaba que amenazaba a su libertad aquel baluarte, y los Milaneses lo echaron por tierra; mas no tardaron mucho en arrepentirse, porque no pudieron luego defenderse bien, y tuvieron que abrir las puertas de la ciudad al mismo Francisco Sforza, cuando les combatió con sus propias armas; y al momento que fue proclamado duque de Milan, volvió a reedificar la ciudadela. Llevaban a mal los Milaneses este designio; y para calmarlos, discurrió Sforza el ardid de someter el proyecto al exámen de los ciudadanos mismos, distribuidos en diferentes asambleas por cuarteles, poniendo en cada una de ellas oradores de su confianza; los cuales desempeñaron tan bien su papel que la reedificacion de la ciudadela parecia ser pedida al duque por el mismo pueblo. Entonces la volvió a levantar mas fuerte, mayor que la que habia tenido antes; y para tapar la boca a los murmuradores, mandó construir al mismo tiempo en la ciudad un hospital magnífico.