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EL PRINCIPE

conocimiento del pasado y del porvenir que atribuían a este Dios. Esta es una alegoría que puede bien aplicarse a los príncipes. Como Jano, deben mirar atrás en la historia de los pasados siglos y aprovecharse de sus saludables lecciones; como Jano, deben tambien fijar su vista en el porvenir, empleando toda su penetracion y sano juicio para deducir de los sucesos presentes los acontecimientos futuros.

Maquiavelo propone cinco cuestiones a los príncipes: tanto a los que se hallen en el caso de asegurarse la posesion de nuevas conquistas, como a los que quieran mantenerse en el dominio de sus propios estados. Veamos lo que en tales casos aconseja la prudencia, combinando lo pasado con lo futuro, sin apartarnos del camino de la razon y la justicia.

La primera cuestion es: Si el príncipe debe o no desarmar a los pueblos conquistados.

No debemos nunca olvidar que el modo de hacer la guerra ha variado mucho desde Maquiavelo a nuestros dias. Hoy no son paisanos sinó ejércitos disciplinados los que defienden los paises; y si alguna vez, en los sitios por ejemplo, suele el paisanaje tomar las armas, los sitiadores les obligan a desistir con bombas y balas rojas. Por otra parte la prudencia parace aconsejar el desarme de los principales habitantes de una ciudad cuando hay motivos para temer un levantamiento. Los romanos, que habían conquistado a la Gran Bretaña, y que no podían pacificarla a causa del espíritu belicoso y turbulento de aquellos pueblos, tomaron el partido de afeminarlos, y consiguieron asi moderar su feroz instinto. Los corsos son hoy dia un puñado de hombres tan valientes y decididos como los antiguos ingleses. Para que un príncipe pudiese mantener en esta isla su soberanía, sería de absoluta necesidad que desarmase a sus habitantes, y tratase de suavizar sus costumbres, gobernándolos con prudencia y bondad; y observaré de paso que el ejemplo de los corsos nos demuestra cuanto valor y virtud infunde en los hombres el amor a la libertad, y cuan injusto y peligroso es querer tiranizarlos.

La segunda cuestion trata de la confianza que debe hacer un príncipe de sus nuevos súbditos, después de haberse posesionado de un pais; tanto de aquellos que le ayudaron en su empresa, como de los que fueron siempre fieles a su lejitimo soberano.

Cuando un príncipe se apodera de una ciudad por traicion de sus habitantes, debe proponerse no fiarse en lo sucesivo de los traidores, que tarde o temprano le harían tambien traicion. Por el contrario, debe presumir que los qae fueron fieles a sus antiguos señores, lo serán igualmente al nuevo soberano; porque estos son jeneralmente jente discreta, hombres arraigados en el pais, que tienen bienes y otros intereses que conservar, y son por lo mismo enemigos de todo cambio. Sin embargo, seria imprudente que el príncipe se fiase de persona alguna sin conocer a fondo las que le rodean.

Pero en el caso de que un pueblo, oprimido y obligado a sacudir el yugo de sus tiranos, llamase a otro príncipe en su socorro, yo creo que este debe corresponder en todo a la confianza que de él hacen; y sí se muestra indigno de ella cometerá una ingratitud que podrá ser funesta a su poder y a su gloria. Guillermo, príncipe de Oranje, dispensó hasta el fin de sus dias su amistad y confianza a los que habían puesto en sus manos las riendas del gobierno de Inglaterra; y los que le fueron contrarios, abandonaron la patria con el rey Jaime. En los paises en que el trono es electivo, y por consiguiente, venal, por mucho que se diga en contra, presto que el soborno y la corrupción son el alma de estas elecciones, creo que el soberano electo comprará facilmente el afecto de sus contrarios, del mismo modo que supo atraerse los sufrajios de los que le elijieron.