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yo le traigo el cadáver del herrero, que cuente con mi ascenso a oficial. . .

Pero una conversación más importante aún se desarrollaba en ese momento entre los hermanos Marino y el subprefecto Luna. José Marino había llamado aparte a Luna, tomándole afectuosamente por un brazo:

—¡Permítame, querido subprefecto! —le dijo—. Quiero tomar una copa con usted.

Mateo Marino sirvió tres copas y los tres hombres se fueron a un rincón copa en mano.

—¡Mire usted! —dijo José Marino en voz baja al subprefecto—.Yo, ya lo sabe usted, soy su verdadero amigo, amigo de siempre. Yo se lo he probado varias veces. Mi simpatía por usted ha sido siempre grande y sincera. Muchas veces, sin que usted lo sepa —a mí no me gusta decir a nadie lo que yo hago por él—, muchas veces he conversado con místers Taik y Weiss en Quivilca sobre usted. Ellos le tienen mucho aprecio. ¡Ah! ¡Sí! A mí me consta. A mí me consta que están muy contentos con usted. ¡Muy contentos! Algunos de aquí —dijo, aludiendo con un gesto a los personajes allí reunidos— le han escrito a míster Taik repetidas veces contra usted. . .

—¡Sí! ¡Sí! —dijo sonriendo con suficiencia Luna—. Ya me lo han dicho. Ya lo sabía. . .

—Le han escrito chismeándolo y poniéndolo mal y diciéndole que usted no es más que un agente del diputado doctor Urteaga y que aquí no hace usted más que servir a Urteaga en contra de la "Mining Society". . .

El subprefecto sonreía con despecho y con rabia. José Marino añadió, irguiéndose y en tono protector:

—Yo, naturalmente, lo he defendido a usted a capa y espada. Hay más todavía, Míster Taik