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hip! ¡Hurra!. los salones mudoctor Ortega, ya muy bode los gendarmes y le dijo:
—¡Bravo! ¡Bravo! ¡Hip, hip, Hubo un revuelo intenso en
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El juez, rracho llamó a uno Vaya usted a traer
nicipales.
la banda de músicos. Despiértelos a los cholos cueste lo que cueste y dígales que el subprefecto, el juez, el alcalde, el cura, el médico y todo lo mejor de Cannas, está aquí, y que vengan inmediatamente. El médico Riaño opuso un escrúpulo: ¡Doctor Ortega! ¿Cree que debe traer la
— — ¡Pero es claro! ¿Por qué no? —Porque como ha habido muertos hoy, gente va a ¡Qué ocu—¿Pero qué gente? ¿Los indios? —volvió a nomás!
música?
la
decir.
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rrencia! ¡Vaya usted, vaya decir el juez al gendarme. el gendarme fue a traer rriendo.
Y
la
música
co-
A la madrugada, los salones municipales esLa taban convertidos en un local de fiestas. banda de músicos tocaban valses y marineras entusiastas, y una jarana delirante se produjo. Muchos se habían retirado ya a dormir, pero los se una quincena de personas que quedaron encontraban completamente ebrios. Bailaban entre hombres. Los más dados a la marinera eran el cura Velarde y el juez Ortega, El cura se quitó la sotana y se hizo el protagonista de la fiesta. Bailaba y cantaba en medio de todos y a voz en cuello. Después propuso ir a casa de una familia de chicheras en la que el cura y el doctor Riaño tenían pretensiones escabrosa"^ respecto de dos indias buenas mozas. Pero alguien aseguró que no se podía ir, porque el padre de las indias había caído herido en la plaza.
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