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otros

hombres

particulares, sin vestido militar?

¿Serían que estaban ayudando al subprefecto? ¿O acaso se los estaban llevando a botarlos lejos, en algún sitio espantoso por haberlos agarrado en la plaza, a la hora de los tiros? ¿Pero dónde estaría ese sitio y por qué esa idea de castigarlos botándolos así, tan lejos? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Pero ni un poco de cancha! ¡Ni un puñado de trigo o de harina de cebada! ¡Y ni siquiera una bola de coca! Cuando ya fue de mañana y el sol empezó a quemar, muchos de ellos tuvieron sed. Pero ni siquiera un poquito de chicha! ¡Ni un poco de cañazo! ¡Ni un poco de agua! ¿Y las familias? ¡La pobre Paula, embarazada! ¡El Santos, todavía tan chiquito! ¡El taita Nico, que se quedó almorzando en el corral! ¡La mama Dolores, tan flacuchita la pobre y tan buena! ¡Y los rocotos amarillos, grandes ya ¡El tingo de maíz, verde, verde! ¡Y el gallo cenizo, para llevarlo ¡Ya todo iba quedando lejos!. a Chuca!. ¿Hasta cuándo? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡

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in Pocas semanas después, el herrero Huanca conversaba en Quivilca con Leónidas Benites y el apuntador y ex-amante de la finada Graciela. Era de noche. Estaban en el rancho del apuntador situado en el campamento obrero, pero muy a las afueras de Quivilca, cerca ya de las quebradas de "Sal si puedes". En el único cuarto del rancho miserable, donde el apuntador vivía solo, junto a la cama, un candil de kerosene. Por todo mueble, un burdo banco de palo y dos troncos de alcanfor para sentarse. En los muros de cercha, empapelados de periódicos, había