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el apuntador, dirigiéndose a boca de usted mismo y el profejarro al agrimensor sor Zavala y el ingeniero Rubio tomaron parte en la muerte de la Graciela en el bazar!. ¡No, señor! ¡Está usted equivocado! argumentaba en tono amedrentado Benites. decía el apuntador, desafiando ¡Sí! ¡Sí!
irritado
—
.
— —
al
,
agrimensor
— .
— — Usted es un hipócrita, que sólo .
vino a ver a Huanca para vengarse de los gringos y de Marino, porque le han quitado el puesto y porque le han robado sus socios, y nada más. Usted y Rubio fueron los primeros con el coche Marino, en quitarles sus chacras, sus animales y sus granos a los soras robándoles y metiéndoles después en las minas, para hacerlos morir entre las máquinas y la dinamita como perros. Usted quiere ahora engañarnos y decir que quiere ponerse con nosotros, cuando no es cierto. Usted se irá con los gringos y con los Marino, apenas le vuelvan a llamar y a dar un puesto. Y entonces, usted será el primero en traicionarnos y decir a los patrones lo que estamos haciendo y lo que estamos diciendo aquí. ¡Sí! ¡Sí! ¡Así son los ingenieros y todos los profesores, y doctores, y curas, y todos, todos! ¡No hay que creerles a ustedes nada! ¡Nada! ¡Ladrones! ¡Criminales! ¡Traidores! ¡Hipócritas! ¡Sinvergüenzas!. .
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— ¡Basta!
¡Basta! ¡Calle!
— —
le
dijo afectuo-
samente Huanca al apuntador, interponiéndose entre éste y 'Leónidas Benites ¡Ya está! ¡Ya está! No se gana nada con ponerse así. Hay que ser serenos. !Nada de alborotos ni de ato.
londramientos! El revolucionario debe ser tranquilo.
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— ¡Además — decía Benites, pálido y cante— yo no he hecho nada de eso! Yo ,
supliles