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El patrón dijo esto y añadió, alejándose en puntillas en dirección a los obreros desnudos, pero sin que éstos pudiesen verlo: Un momento. Espéreme aquí. Un mo-

mento. El patrón avanzó a paso rápido, agarró un balde que encontró en su camino y lo llenó de agua fría en una bomba. ¿Qué iba a hacer ese hombre? Uno de los obreros, desnudos y sudorosos estaba sentado, un poco lejos, en el borde del rectángulo de acero. Acodado en sus rodillas, apoyaba en sus manos la cabeza inundada de sudor. Dormía. Algunos de los otros obreros advirtieron al patrón y, como de ordinario, temblaron de miedo. Y fue entonces que Leónidas Benites vio con sus propios ojos estupefactos una escena salvaje, diabólica, increíble. El patrón se acercó en puntillas al obrero dormido y le vació de golpe el balde de agua fría en la .

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cabeza.

— ¡Animal! —vociferó patrón, — ¡Haragán! ¡Sinvergüenza! el

esto

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haciendo ¡Ladrón!

¡A trabajar!. el tiempo!. El cuerpo del obrero dio un salto y se contrajo luego por el suelo, en un tem.blor largo y convulsivo, como un pollo en agonía. Después se incorporó de golpe, lanzando una mirada larga, fija y sanguinolenta en el vacío. Vuelto en sí, y aún atontado un poco reanudó su trabajo. Aquella misma madrugada murió el obrero. Benites recordó esta escena, como en un relámpago, mientras Servando Huanca le decía a él y al apuntador: Hay una sola manera de que ustedes, los intelectuales, hagan algo por los pobres peones, si es que quieren, en verdad, probafc*nos que no son ya nuestros enemigos, sino nuestros compañeros. Lo único que pueden hacer ustedes por

¡Robándome

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