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estuvo llevando las parihuelas. El comerciante Marino contratista de peones, le dijo un día:

—Ya veo que tú también estás trabajando. Muy bien, cholito, muy bien, ¿Quieres que te "socorra"? ¿Cuánto quieres?

El sora no entendía este lenguaje de "socorro" ni de "cuánto quieres". Sólo quería agitarse y obrar y entretenerse, y nada más. Porque no podían los soras estarse quietos. Iban, venían, alegres, acezando, tensas las venas y erecto el músculo en la acción, en los pastoreos, en la siembra, en el aporque, en la caza de vicuñas y guanacos salvajes, o trepando las rocas y precipicios, en un trabajo incesante y, diríase, desinteresado. Carecían en absoluto del sentido de la utilidad. Sin cálculo ni preocupación sobre sea cual fuese el resultado económico de sus actos, parecían vivir la vida como un juego expansivo y generoso. Demostraban tal confianza en los otros, que en ocasiones inspiraban lástima. Desconocían la operación de compra-venta. De aquí que se veían escenas divertidas al respecto

—Véndeme una llama para charqui.

Entregado era el animal, sin que se diese y ni siquiera fuese reclamado su valor. Algunas veces les daban por la llama una o dos monedas, que ellos recibían para volverlas a entregar al primer venido y a la menor solicitud.

***

Apenas instalada en la comarca la población minera, empleados y peones fueron prestando atención a la necesidad de rodearse de los elementos de vida que, aparte de los que venían de fuera, podía ofrecerles el lugar, tales como animales de trabajo, llamas para carne, granos alimenticios y otros. Sólo que había que