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paña. Los demás estaban, asimismo, ebrios, y en una inconsciencia absoluta. Rubio hablaba de política internacional a gritos con míster Taik, y, de otro lado, el profesor Zavala, Leónidas Benites y míster Weiss, se abrazaban en grupo.José Marino y el comisario Baldazari rodeaban siempre a la Graciela. Un momento, la Rosada abrazó a Marino, pero éste se escabulló suavemente, poniendo en su lugar a Baldazari en los brazos de Graciela. La muchacha se dio cuenta y apartó bruscamente al comisario:

—Besa al señor comisario— le ordenó entonces Marino, irritado.

—¡No!— respondió Graciela enérgicamente y como despertando.

—¡Déjela! dijo Baldazari a Marino.

Pero el contratista de peones estaba ya colérico, e insistió:

—¡Besa al señor comisario te he dicho, Graciela!

— ¡No! ¡Eso, nunca! ¡Nunca, don José!

—¿No le besas? ¿No cumples lo que yo te ordeno? ¡Espérate! —gruñó el comerciante, y se fue a preparar otro "tabacazo".

Al venir la noche, cerraron herméticamente la puerta y el bazar quedó sumido en las tinieblas. Todos los contertulios —menos Benites, que se había quedado dormido— conocieron entonces, uno por uno, el cuerpo de Graciela. José Marino primero, y Baldazari después, habían brindado a la muchacha a sus amigos, generosamente. Los primeros en gustar de la presa fueron, naturalmente, los patrones místers Taik y Weiss. Los otros personajes entraron luego a escena, por orden de jerarquía social y económica: el comisario Baldazari, el cajero Machuca, el ingeniero Rubio y el profesor Zavala. José Marino, por modestia, galantería o refinamiento, fue el último. Lo hizo en medio de una bata