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—¿Sabes la que le he metido en la cabeza a míster Taik? —le dijo riendo—. Como yo sé que es un mujerero endemoniado, le he dicho que la mujer de Rubio se muere por él. Se lo he dicho el día de mi viaje, porque como acababa de joderme con la cuestión de los peones, yo quise engatusarlo así, para que se ablandara y retirase su exigencia de los cien peones para este mes ....

—¿Y que resultó?

— Nada. El gringo sólo se reía como un idiota. Más a más, casi me oye y se da cuenta Rubio. Después quise emborracharlo y tampoco se ablandó. Por último, llamé a Baldazari y le dije que viese la manera de tocarle el punto a lo disimulado. Pero tampoco hubo manera de agarrarlo. Con Baldazari se hacía el cojudo. ¡Total, nada!

—¿Pero, en verdad, está la mujer de Rubio enamorada de él, o tú le sacaste ésa?

— ¡Qué va a estar enamorada, hombre! Yo se la saqué ésa sólo por halagarlo y por ver qué resultaba. Si el gringo se hubiera entusiasmado, la mujer de Rubio y Rubio mismo se habrían hecho de la vista gorda. Tú conoces ya lo que es Rubio: con tal de sacar algo, vende hasta a su mujer ...

—Bueno —dijo Mateo—. Hay que dormir ya. Tú estás rendido y mañana tenemos mucho que hacer .... ¡Laura! —gritó, parándose en la puerta del cuarto.

—¡Ahí voy, señor! —respondió Laura desde la cocina.

Laura, una india rosada y fresca, bajada de la puna a los ocho años y vendida por su padre, un mísero aparcero, al cura de Colca, fue traspasada, a su vez, por el párroco a una vieja hacendada de Sonta, y luego, seducida y raptada, hacía dos años, por Mateo Marino. Laura desempeñaba en casa de "Marino Hermanos" el múl—