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CRÓQUIS FUEGUINOS

otra cosa ni pueden ocuparse, pués el género de vida que llevan y á que se acostumbran, las inhabilita para todo lo que implique órden y disciplina. Generalmente són marineros que yá se han aburrido de bordejear en todos lo mares del mando, unas veces en los veleros y otras en los vapores de carga, yendo desde el Océano Artico al Antártico y de la India á la Polinesia ó á la América; que hablan mál todos los idiomas conocidos y hasta olvidan el suyo propio; que no tienen más familia, más pátria, ni más religión que el barco que montan, sea cuál sea; que lo mismo sirven con un capitán mercante que con un pirata ó contrabandista; que se avezan al peligro y á la vida ruda, yá en la pesca de la ballena y del bacalao ó yá en las luchas sangrientas que tienen por teatro las sondas ignoradas donde los piratas malayos reinan omnipotentes; y que al fin, cansados de tanto rolido, se quedan un buén día en una playa aurífera ó se contratan para una expedición lobera. Como la suerte es canalla, acaricia al marinero y te llena el bolsillo de esterlinas después de seis meses de privaciones, poniéndote en situación —por la primera véz de su vida— de llevar á cabo aquellas empresas á que le inclina el temperamento: por cierto que el trabajo ordenado de ocho ó diéz años no le produjo nunca satisfacción semejante! Y ahí tienes al hombre desviado de su rumbo y tomado por un remolino del cuál no escápará. Después de cada expedición riesgosa, en que habrá jugado su vida diez veces en cada minuto, olvidará penas y sufrimientos, hambres y privaciones —buscará los placeres que le satisfagan y que anhela, los pagará con largueza, dilapidará el caudál logrado con tanto afán y luego volverá á jugar lo único que le queda —el pellejo— para continuar sus goces interrumpidos!

— ¡Es tremendo, pero es asi!— exclamó Calamar.