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EN EL MAR AUSTRÁL

nutos á esta hora andarían nuestros huesos correteando por las costas de Van Diemen!. .. ¿Y qué te hiciste después de ese viaje á Polinesia?

— Me quedé en Australia y de alli nos vinimos á Chile con Velacho que and' conmigo hace tanto.

— ¿Es ese que viene ahí, ahora?...

— ¡El mismo.... ! Fué también él quién mató al capitán malayo que te afeitaba las piernas. ¿Y Vds. qué se hicieron desde entónces?

— Nos quedamos en Sidney, como recordarás, pués Oscar tuvo que curarse y nuestro contrato estaba concluido: de allí yo me fui á Inglaterra de contramaestre en el «Robert the Dévil» y él siguió su caravana también, hasta que nos juntamos en Malvinas el año pasado. Este estaba de capatáz en una fábrica de manteca que ha fundado Robertson, el bello Robertson... ¿lo recuerdas?...

En este momento penetraron á la sala cantando, los que habían ido á transformarse en el arroyo: venían blancos, limpios y respirando contento:

— ¡A vér tabernero!.... ¡Venga whisky y déle al acordeón ese, que según las muchachas, tiene por ahí!... ¡Vamos á desquitarnos!

— ¡Música!

— A vér si se mueve niño: .ire que no estamos dormidos ni nos gusta estar al páiro!

— ¡Niño... eche guachacay!

Y comenzó una barahunda y una gritería que eran de ensordecer. Smith y O'Neild hablaban de negocios y parecia que no la escuchaban, mientras Oscar, Calamar y la Avutarda se reían de las chinas que los huéspedes habían tomado como cosa propia y que seguían la jarana de muy buen humor, olvidando, en manos de Kasimerich, la gran ollada que serviría de almuerzo y que hervía á más y mejor.