vienen unas truchas... Vea, hace poco no más, perdí como mil pesos en una hora; me saquearon, y cási me matan, como á una indiecita que me degollaron. Eran unos loberos, que á pretexto de catear minas, habían andado allá en las estancias inglesas de Magallanes y del Gallegos, haciendo fechorías. Los camperos los corrieron y, para mi mál, se echaron al mar en un cútter y vinieron á dar aquí. ¡Qué forajidos!....
En ese momento aparecieron las indias, arrastrando á Chieshcálan, que venia pálido como un muerto y con los ojos vidriosos.
— ¡El guachacay! —gruñó Oscar.— ¡Qué indio canalla!.. ¡A vér, Kasimerich, traiga amoniaco si tiene! .... ¡Este bárbaro se muere!
— ¡Qué esperanzas! ... Y me pareció que los ojos del austriaco brillaban de una manera particular, recordando la bolsita que guardaba Chieshcálan sobre su cuerpo ... ¿Qué no sabe lo que són estos indios para el aguardiente?
— ¡Oh! .... ¡No importa eso, —interrumpió Smith,— traiga el frasquito!.... ¡Ligero!
Y á poco Chieshcálan, tendido no léjos de nosotros y rodeado de los perros, —de los cuales, uno barcino, más flaco que los demás, se ocupaba en lamerle la cara, provocando en el borracho quién sabe qué sueños voluptuosos— comenzó á roncar despacio, acompañando el chisporroteo del fogón que acababa de recibir nueva carga de leña.