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EN EL MAR AUSTRÁL

no, se ensayaba en el tiro de flecha tomando como blanco las palomas de mar y los gaviotines que venían escoltándonos.

Sérios y graves.. sin que un músculo del rostro se les arrugara, sin que una chispa de alegría brillara en sus ojos, sin siquiera cambiar la posición que traían, comenzaron tía, tío, hijo y sobrino un diálogo curioso, en que mi oído notaba las inflexiones de la vóz, variadas, como si aquella fuera emitida por la nariz algunas veces y por la boca entrecerrada otras. Eran parsimoniosos en el hablar. como oradores en un parlamento, y cada palabra solía durar algunos segundos sin interrupción, teniendo ocasión de notar que, ni aún en el saludo, usaban voces breves, de esas comprensivas que tienen los demás idiomas y que encierran por sí solas una larga frase sobre-entendida.

Luego que tío y sobrino conversaron un rato, Smith trajo una botella de guachacay, unas galletitas y un poco de té y alcanzó el obsequio con disimulo á Chieshcálan a quién, por primera véz desde que le conocí, ví sonreir.

Por cierto que al entreabrir sus lábios, admiré los dientes blancos y chiquitos que quedaron al descubierto, contrastando con su boca desplayada que tenia gran similitúd con cualquiér resquebrajadura de esas que contemplábamos en las costas á cada momento.

Cuando el tío vió que iba á ser regalado, se puso de pié, afirmándose como en una pica, en el arpón que llevaba atravesado sobre las rodillas y que á la véz de un útil de pesca es el arma favorita del yaghán.

Era de pequeña estatura —del alto de su mujer que, al imitarlo, lo puso de manifiesto— flacucho y de escasa musculatura. Ambos vestían un traje de marinero amorosamente repartido: á ella le faltaba el pantalón y lo habia sustituido con un cuero grasiento atado á la cintura y á él el