saco, por lo cuál cubría su busto con una especie de manto, formado con retazos de cueros vários, lona, arpillera y hasta encerado.
Recibieron el obsequio de Chieshcálan con gran dignidad, hicieron algunos ademanes como de grácias y luego se alejaron con rumbo de su casa.
— Esa canoa que montan no es cómo las que usan los del Estrecho? —observé.
— ¡Ah! ¡No!... — replicó Oscar,— esta es moderna, es la última palabra de los arsenales yaghanes y no pueden tenerla sinó los indios ricos, los que poséen un hacha por ejemplo. Es un tronco de haya entero, bien excavado y con la popa y la proa cortadas como á modo de quilla. Esta clase no la usa cualquiera.
— Yá lo creo,—interrumpió Chieshcálan orgulloso,— Mi tío es yecamúsh, médico, y no sé de nádie hasta hoy que le conociera jóven: es muy viejo!
Y el indio, á quien la discreta fineza de Smith había conmovido, perdió el aire reservado que hasta allí le observara y no tuvo inconveniente en darme algunos datos y noticias interesantes, relativas al su pueblo.
Entre los yaghanes no hay caciques, ni siquiera tribu: cada padre de familia es cacique en su wigwam como me dijo Chiesbcálan, y en él puede hacer lo que se le antoje, ménos casarse con sus hijas y bermanas, ni permitir que sus hijos ó hijas lo hagan entre sí ni con sus parientes, pués eso trae desgracia. El hombre es dueño de la mujer —de una sola mujer— y no puede dejarla miéntras esté viva, aún cuando sí matarla en caso de sospecharla infiél ó de que le falte á los respetos que le són debidos. Para casarse, no se necesita consentimiento de los padres, ni pedidos en matrimonio, ni nada; basta no ser pariente no más: uno se casa cuando, cómo, donde y con quién puede. Cuando un mozo