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CRÓQUIS FUEGUINOS

rada no más, lenguaje de alma á alma. cómo quién dice de balcón á balcón!...

— ¿Y es así de nacimiento?

— No lo sé, amigo Oscar, ni lo podré saber nunca quizás. Lo único que sé del señor Tomás es que entiende el españól y luego que no tiene lengua, porque le he visto la boca y.... nada más.

— ¿Y cómo supo su nombre, entonces?

— No lo he sabido nunca tampoco; yo le digo señor Tomás como podria decirle señor Joaquín. Su nombre es puramente convencionál, sí señor, convencionál! A este buen amigo le encontré en la última miseria, hace cuatro años, en un lavadero abandonado del súr de Lennox, en circunstancias que tentaba por la cuarta véz la realización de mi humilde misión en la tierra: hacer humear mi pobre pipa de madera, allá, en el extremo sur del continente americano, sentado en la última piedra que quedara al descubierto durante la bajamar en el Cabo de Hornos, en las Islas de Hermitte.

Qué orgullo el mío, poder decir como lo digo ahora, ante una asamblea tán distinguida como la que me escucha: «¿Vén esta pobre pipa de madera, mi María Antonieta, mi único amor?... Yo la he hecho humear donde nadie ha hecho humear hasta hoy otra pipa, ni más pobre ni más rica». Bueno, pués, queridos amigos, abandonado en Lennox y expuesto á morir de necesidad, encontré al señor Tomás, yendo yo con los finados Matias Simonovich y Patrick O'Clear —los mártires que se sacrificaron á mis ideas— en cútter propio, persiguiendo la empresa de mi vida. Trés veces naufragué y en la última, que vi la punta tajada del Cabo, levantándose alta y erguida, perdí mis dós amigos arrebatados por el mar, al pretender alcanzar una caleta pequeña que hay hácia la derecha y en la cuál no