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EN ÉL MAR AUSTRÁL.

— No. Me voy á quedar en mi casa no más. Hace mucho que no estoy en Yandagáia!....

— Ese pico que asoma por aquel claro, es el Monte Francés, me gritó Calamar. Ese es el rivál del Sarmiento, y, según los indios, no es más grande que éste, porque el sól, viéndolo tán orgulloso, le aplastó la cabeza. La tradición afirma que en la cumbre hay una meseta y en ésta una laguna donde habitan peces que cantan y que una vez oídos esclavizan. El monte tiene una particularidad que le ha dado nombre: sobre el flanco que da á nosotros, tiene una mancha negra que se destaca sobre la nieve y en la cuál los marinos han creído ver la efigie de un coracero francés que baja á caballo.

— ¿Monseñor habrá llevado su María Antonieta hasta esa cumbre? ¿Qué loco lindo. nó?... ¡Pobre! .... ¿Quién diría que ha sido tán guapo y tán andariego?...

— A fé de Calamar que no he visto hombre de más fuerza ni de mayores agallas!... ¿Y no lo parece, no? Mientras no le tocan la manía, habla con juicio y se le puede escuchar, pero en tratándose de su importancia, es hombre perdido... Donde hay que verlo es en los campamentos mineros cuando recién llega... Claro!..... La gente lo quiere tomar para la chacota y se lleva chasco y médio, porque el hombre es tigre. Una véz andábamos cinco, más acá de Puerto Españól, haciendo cateas: un buen día se nos apareció con dós amigos en una goletita de mala muerte. Naturalmente, el que nos capitaneaba, que era aquel célebre Juancho el Holandés, que murió en las roquerías de la Isla de los Estados, les salió al encuentro en cuanto bajaron á tierra y les dijo que allí no podían hacer nada, ellos, porque estábamos nosotros: Monseñor le replicó con toda cortesía, y Juancho, al oírlo, creyó que se trataba de alguno de esos chambones de ocasión que caen