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EN EL MAR AUSTRAL

qué ocupará sus ócios? Desde la madrugada yá se le vé caminando de un lado para otro: vá á la iglesia que está construyendo; salta de allí á un aserradero que ha fundado más léjos —y que, entre paréntesis, buenos servicios nos presta, no hay que negarlo— se viene aquí, á meterse en si vendo ó no vendo, y en si compro ó no compro y de aquí se vá á la cárcel correccionál que ha hecho fundar con el gobierno, ó al muelle ese que está haciendo ahí, donde Vds. atracaron... Eso es divino!... Ahora le ha dado por pelear con el broma, un gusanito microscópico que cria la madera que está bajo el agua y que se come las vigas enormes en pocos años...

— Pero hombre!.... Efectivamente: no sabía lo que le encontraba á Ushuwáia, que me la hacia desconocida!... ¿Serán las obras?

— Es que ha crecido! Ahora tenemos buenas casas siquiera, pués no faltan madera ni recursos.... lo que falta es quién quiera hacerlas. Este gobernador padece, entre otras muchas, de la mania de traer gente y nos hace padecer á todos con ella. No comprende que lo tienen aqui como encerrado, pués no le dán caballos, vapor para recorrer las costas, ni nada.

Cuando vé pasar los barcos de los loberos y de los buscadores de oro, que, como lo saben impotente para perseguirlos le pegan duro y parejo á la cháila y al garrote, se pone insufrible. Vá hasta la orilla del agua, se trepa á los cerros —hasta ahí, cerquita no más, adonde alcanza el desmonte, porque no puede ir más léjos— y la emprende con nosotros —los comerciantes— diciendo que saqueamos al gobierno y al pueblo — él le llama pueblo á una veintena de pelados que hay aquí, que si no fuese por las raciones oficiales se morían de hambre— y nos amenaza con todo lo que puede. No le hacemos caso y... vamos vi-