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CRÓQUIS FUEGUINOS

fin de ocultarse y detrás de sí iban dejando, sin embargo, el reguero de animales con las patas quebradas. Averiguado con qué fin hacían esto, supimos que era para impedir que se les escaparan y poder volver á buscarlos más despacio.

Ahora se han despertado mucho, pués los loberos y buscadores de oro, que los frecuentan, les han comenzado á enseñar todo género de pillerías... Ahí acaba de llegar de entre ellos, precisamente, un inglés conocido por Matias el Rubio...

— ¿Matias?... ¿Dónde está?...—interrumpió Smith.

— Ahí está en el galpón ... ¿Quiere que lo llame?

— ¡Cómo no!.... Si es un amigo!.... Casualmente tenía la esperanza de encontrarlo en Banner Cave ó en Puerto Toro.

— ¿Y á qué diablos habra venido hasta acá?... —agregó La Avutarda.— A mi me aseguró que no se' iba á mover de allí hasta que no pasáramos nosotros.

— ¡Oh! ¡oh!... en algo ha de andar, sí. Ese no es hombre de perder el tiempo en paseos, ni en correrías improductivas.

Y derrepente se obscureció el almacén. Alguien que se paraba en la puerta, alto y ancho, interceptaba la lúz: seguramente era un gigante.

— ¡Hola, Rubio!

— ¡Matias ... Brandy, Snáp y compañía!

— ¡Mire los que habían sido! ... ¿Quién lo creería al ver un cútter tán lindo? Yo hubiera jurado que se trataba del obispo de Malvinas!

Y luego de dar á todos su mano, grande y callosa, habló en vóz baja con Smith durante algunos minutos y acompañados por él, que llevaba á la espalda su equipaje —un qui-