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XXV.

Pepitas de oro

Avanzando sobre el mar como para contenerlo en su fúria destructora, aparecen, una al súr y otra al norte, dós altas puntas escarpadas que encierran un panorama grandioso: es bahía Slóggett, la costa desierta y bravía, donde los hombres, arrastrándose sobre la playa pedregosa, yerma y desolada, buscan anhelantes las partículas imperceptibles que el destino reunirá para su felicidad ó su desgracia.

En el fondo, negra y sombría, se alza la montaña caprichosa, como jaspeada por las nieves que bajan de la cumbre erguida, semejando copos de espuma que el mar colérico le hubiera arrojado en su despecho impotente; más acá pastosos prados verdes, como engarzados en la peña viva, y más abajo, —entre dós cerros rojizos y chatos,— un valle riente y alegre, surcado por el río tortuoso, formando un aguazál, que relumbra, cayendo más léjos en sonora cascada pintoresca, y ahí, frontera á nosotros, la alta barranca tajada que limita y contiene al mar bravío, cuyas ólas espumosas, castigadas por el viento del este, parece que van