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EN EL MAR AUSTRAL

comerciál y que hoy, por tradición, se llamaba El Almacén.

El lavadero estaba sin trabajadores hacía trés meses y reinaba en él una pobreza indescriptible: iban corridas dós semanas sin que se jugara ni de palabra.

Conceptuaba inútil tentar nada allí, máxime cuando el cútter, dadas las condicciones de la costa, no podía quedarse y tendría que ir á guarecerse en Banner Cove; lo mejor sería bajar un poco y buscar una caleta recién descubierta, de la cuál se contaban maravillas.

Habían pasado por Slóggett trés embarcaciones con mineros y ninguna había vuelto, lo cuál era señál de que se había dado con algo: cuando las avutardas encuentran qué comer aquí en el súr, no emigran al norte.

— ¿Y dónde es la caleta?

— Yo no sé sinó que es más abajo, entre este punto y Bahía Aguirre.· Queda á la derecha de un cerro alto y atrás de un islote que sólo se vé en baja marea; á la izquierda cáe un riacho que tiene la boca tapada con los palos que tráe de la montaña: eso es lo único que sé.

Trás breve consulta de Smith con La Avutarda, se determinó que tentaríamos la empresa y Catalena con Matias volverían á tierra á buscar el equipaje de aquél y además un su amigo y compañero que se quedaría luego en el lavadero. Catalena, para despedirse. llevaba una damajuana de guachacay y al pedirla á Smith le dijo:

— Vea .... esta y el pasaje de mi amigo.... no es plata perdida. José Juan Castinheiras es cateador de olfato y de suerte. Yá verán!

Y mientras el bote, arrebatado por el oleaje, era arrastrado como una pluma hácia la playa, yo miraba al campamento y pensaba en los dramas de la. vida que se desarrolarían bajo las carpas miserables, cuyos lomos gibosos