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CRÓQUIS FUEGUINOS

quitado el guijarrál, sacamos la arena amarilla, dijo alegre:

— ¡Vaya! Ya está la sirca!.... Y apenas á un métro!

Como Calamar llegara en ese momento con el agua, Smith y La Avutarda tomaron las cháilas,—que són unos platos de madera ahondados al médio, propios para el lavado á mano, —les echaron la sirca y el liquido necesario y empezaron la operación que debía confirmar las sospechas sobre la riqueza de la playa y manifestarla visiblemente.

Un movimento rápido de rotación impreso al contenido de la cháila, hacía que las partículas de oro, en virtud de su peso especifico, fueran cayendo al médio, mientras la arena y el agua iban poco á poco derramándose.

Cuando la porción de cada cháila estuvo lavada, se puso de manifiesto el fondo de cada plato y todos pudimos ver las finísimas láminas del codiciado metál.

—Hay rinde,—dijo La Avutarda— á mí me gusta.

—Haremos ensayos en otras, si quieren, —agregó Calamar,— aunque sirca que dá de buenas á primeras, pepitas de dós gramos como esta—y mostró una que tenía en la palma de la mano—quiere decir mucho!

Mientras los compañeros fueron á buscar los tablones para la canaleta y los útiles y herramientas para el trabajo —debiendo, de paso, traer el cútter que nos serviría de abrigo nocturno, lo más cerca que se pudiera—Matías, Smith y yo, que resultaba á lo que parece mejor zapador que cocinero, comenzamos a ensanchar el pozo primitivo, haciendo un socavón de unos veinte métros cuadrados.

Con tos tablones se armó una canaleta como de doce métros, ajustándose bien los atravesaños que á distancia de un palmo uno de otro se escalonaban en la tabla del fondo, cuya cabecera, recostada sobre un catre de un métro de