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EN EL MAR AUSTRÁL

una avellana, y sin decir nada, la colocó al lado del niño, sobre el saco dé Calamar, que le servía de almohada.

Fué la señal. Todos le imitaron y pronto Dón Pepito reposaba su cabecita rosada sobre una almohada de tanto precio, que quizás ni los hijos de los más grandes potentados de la tierra la tuvieran iguál.... ni formada con más cariño.

Matías, cuyos ojos pesaban los gramos mejor que una balanza, me dijo á media vóz:

—Dón Pepito ha caldo bién .... se lleva sus trescientos gramos como quiera!

Concluida nuestra cena, que si bien no fué variada fué en cambio bastante alegre, pués el panquehua y el guachacay, meticulosamente distribuidos por el vasco Iturbe, llevaron el contento á todos los ánimos, se arregló que cuando nosotros nos fuéramos á lobear, la Nodriza y su niño se quedarían con Rana Blanca.

— Yo creo que no vamos á andar mucho por acáo .... talvéz será cosa de un més ó dós! ... Muchos andan yá que no vén de ganas de volver.

—Yá lo creo,—agregó el Mellado—esa tierrita chilena tira... pués ñor!

—Hace un año, —observó un alemán que dormitaba chupando una enorme pipa de madera, que uno no vive sinó arañando cascajo!

—¡Báh!.... ¡báh!.... —interrumpió el vasco;-,siempre lo mismo!... Para ir á hacer locuras, mejor es quedarse quietos!.... Aquí hay hombres, amigo Tiburón, que yá han salido dós veces para Punta Arenas y se han vuelto peladitos desde lo de Kasimerich, allá en Bahía Desolación.... y eso que se iban con plumita! ... En los canales debía haber puros almacenes como el de los Bridges, en Harberton: allí no hay juego, ni bebidas, ni siquiera tabaco!