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EN EL MAR AUSTRÁL

—¿Cómo, un tiburón?...—pregunté:—Smith me ha dicho que el tiburón es un péz calumniado, que es inofensivo' é incapáz de hacer mál á n,ádie!

—Y eso digo,—declaró el aludido:—la maldad del tiburón es una leyenda .

—¡Hum!...—gruñó Rodríguez—Eso será en Inglaterra... en algún museo! ... Lo que es aquí y en la costa de Mosquitos, en el Golfo de Méjico, que es donde yo he visto más, són tremendos. Aquí hay pocos comparativamente, pero allá en el Golfo abundan de un modo maravilloso: yo me he criado viéndolos y diga lo que diga quien quiera, afirmo que són unas fieras y que hombre que cáe entre sus dientes no cuenta el cuento.

—¡Pués amigo!... Yo no conozco esos: he hablado de los que conozco no más. Nunca los vi herir ni atacar á nadie!

—¡Báh!... ¡Báh!... -dijo Matías, que estaba con Oscar levantando el áncla; mientras La Avutarda—que en adelante mandaría el cútter—disponia la maniobra, aquí hay uno negro, médio manchado de blanco, que es como tigre. Un hermano mío se fué al mar, allá abajo. cerca del falso Cabo de Hornos y no se los pudimos quitar: le hicieron pedazos .. El pobre está enterrado en la Isla Hall, en uno de esos turbales que són el suelo de todas las islas del súr y que tienen hasta trés metros de espesor.

—¿Es verdad que por ahí la tierra es puro fango?—preguntó Smith.

—Es cierto. Allí llueve á toda hora y como los bosques són enormes, lo mismo que los pastizales, hay una humedad tremenda: es intransitable aquello, es peor que en los bosques del Canál del Beagle, sin comparación, pués entre la neblina, el viento y las lluvias hacen de todo esee súr un infierno de humedad.

Y como en ese momento dobláramos la punta que cierra