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CRÓQUIS FUEGUINOS

que necesitan el aceite de tiburón, que viene á ser artículo obligado.

Los cazadores, armados de palos y cuchillos toman el lado del mar y empiezan la matanza, que es una cosa horrible: mientras unos matan, otros ván enterrando los animales boca arriba, á fin de que el sól y el calór les ayuden al día siguiente á vaciar las cáscaras y á sacar las escamas, que están colocadas en trés capas. Este trabajo mata mucha gente todos los años: el cazador de tortugas no sólo tiene que desafiar las inclemencias del tiempo y los peligros de la operación, sinó que los tigres, que persiguen á las tortugas como manjar exquisito y que también las cazan por centenares, bajan en cuadrillas á las playas y disputan tenazmente la presa, haciendo víctimas de su garra á los trabajadores, que, ocupados en su faena y en médio de la oscuridad reinante, —pués no se pueden encender hogueras á causa de la lluvia,—se dejan sorprender con toda facilidad.

Qué cuadros de la vida salvaje hizo desfilar ante mis ojos el mejicano Rodriguez. Aquello me parecía una leyenda terrorífica de las épocas bárbaras de la humanidad.

Por él supe cómo se desescamaban las cáscaras del carey, sacándoles las trés capas que, clasificadas en órden numérico, se expenden en el mundo comerciál; cómo se aprovechaba la piél y el aceite del tiburón con fines industriales y también cómo se cazaban los caimanes y los manatíes con igual objeto.

—¿Y los marinos no hacen industria de la pesca del tiburón?

—No vale la pena: los marinos persiguen á los tiburones pero es por ódio y por venganza no mas. Fondeado un barco y cuando no hay que hacer, los marrneros aprontan un lazo hecho con un alambre o un cabo fino y algunos