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— ¡Perfectamente!... Yo sóy Andrónico del Cerro Z. y este niño, que tengo el gusto de presentarles, es mi primo y sócio el señor don Andrónico del Cerro T.
Mi compañero, que era alegre y chacotón de buena ley, dijo, cerrándome un ojo y usando el españól más ainglesado que pudo encontrar en su largo repertorio de bromas:
— ¡Perfectamente! .... ¡A esos cerros tan lindos.... pero tan pelados al parecer, qu acaba de presentarme, yo quiero presentarles también algo bueno: yo soy Guillermo Snáp H. y este niño, que es mi primo y socio, es don Guillermo Snáp X... !
Y como sus interlocutores le miraran con ojos de asombro, exclamó con una de aquellas sus sonrisas tán características:
— ¡Oh! ¡oh! .... ¡Yo sé!.... ¡Entre nuestras dos familias se acaban el abecedario.... si las dejan los maestros de escuela!'
Al oirle, los dos Cerro soltaron una carcajada y yo les imité, mientras el bromista, grave y sério, nos miraba por bajo las cejas, golpeando en la palma de la mano su pipa de madera que apestaba con el olor á la nicotina conservada.
— Pues bien, niños.... nosotros celebramos conocerles y les invitamos á beber lo que gusten y á que hablemos dos palabras.
Y comenzó la charla entre el inglés y los visitantes.
Al poco rato y en momentos en que el dueño de El Diluvio tocaba los últimos acordes de Marta, que hacia media hora gemía entre sus uñas, se pararon los trés:
— Lo dicho, dicho está — dijo D. Andrónico del Cerro Z.
— Dicho está — repuso mi compañero.
Y nos despedimos.