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EN EL MAR AUSTRÁL

bien dispuesto, que lo diga ahora y después no vaya á andar con arrepentimientos!

Todos manifestaron su conformidad: el portuguéz é Intronich ruidosamente como acostumbraban, el dinamarqués Schnell con un gruñido — pués, él para decir una palabra invertía triple tiempo que cualquiera — y yo — que siendo un desconocido para mis compañeros— creí de obligación decirles cuatro palabras á' mi respecto y ver si les convenía mi sociedad,

— Yo, señores, del mar no sé más que cualquiera vieja lavandera: que es de agua y que ésta es salada. De navegación tampoco sé nada! En Buenos Aires — que es mi tierra — era estudiante de derecho y nunca fuí amigo de ejercicios ni de molestias... Me enamoré de una muchacha que... en fin... que no quise dejar de querer y padre me embarcó por ello en un buque de la escuadra: me deserté en Punta Arenas, y aquí estoy, ¡Esto es todo!... ¡Respecto á trabajos no sé ninguno, pero aprenderé los que me enseñen!

— Superior, hijo mío, — dijo Intronich— aprenderás de cocinero y algún día, cuando vuelvas á ver á tu novia, esa muchacha en fin... como has dicho, sabrás ensei'larle á hacer un asado de ballena... de corset y una sopa de tortuga con el carey de sus peinetas... si las tiene!

Y las frases de Intronich fueron el programa de mi vida de abordo. No era dificil, seguramente, pero tampoco era fácil, para quien, como yo, jamás había tenido la curiosidad ni siquiera de saber cómo se asaba la carne.

Felizmente no me faltaron maestros.

El portuguéz, á quien sus compañeros le llamaban Calamar y el dinamarqués, eran tán eximios cocineros que ni el mismo Intronich — á quien en materia de comidas se le reputaba como una especialidad — tenia peros que ponerles.

Al caer la noche, allá entre las ocho y las nueve — pués