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CROQUIS FUEGUINOS

Y los dós nos callamos como dominados por la melancolía, que parecía emanar del mar entenebreciendo nuestro espíritu y por aquel silencio que, apesar del ruido de las ólas al chocar, del silbido de las toninas que nos escoltaban ó del viento que hacia crugir el velámen, se imponía como una obsesión.

Derrepente se oyó la voz de Smith:

— ¡Hola, Oscar! ... ¿Quieres dormir?

— ¡No!... ¡Hay tiempo!... Todavía estamos cerca de Agua Fresca .... ¿Porqué no haces café? .. Andan toninas y tal véz refresque el viento ántes de que lleguemos á Hope .... ¡Ya sabes que yo no soy muy amigo de este maldito Estrecho!

Y sentí á Smith que se movía y poco á poco se acercaba al hornillo canturreando:

— ¡Hola Oscar!. .. ¿Y el cocinero? ... ¿Está ahí?

— A la órden, capItán .

— ¡Venga á ver cómo se hace el café, si no sabe... ¡Mire que todas las noches no se ván á parecer á ésta!

Y dando traspiés y tropezones llegué cerca del palo, donde, sobre un cajón de fierro, teníamos instalada la cocina, que no era sinó un gran tacho lleno de fuego y con su tapa correspondiente.

Smith, por reirse á mi costa, me iba dando en voz alta su lección sobre la manera de hacer café.

— Primero se vé si hay fuego y si no le hay, se hace.... Después se agarra la cafetera y se llena de agua de aquél barril — no se saca del mar, muchacho, no te vayas á olvidar, que eso es importante — y como el café no se hace con agua fria, se la pone á hervir.... Mientras hierve, tomas la pipa, te haces un ovillo ahí, al lado del palo y... cuidas!

Y como lo dijo lo hizo, invitándome a que le imitara.