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CROQUIS FUEGUINOS

senciado la caída de alguna gente al mar, casi en la boca de esos diablos, que son curiosos como mujeres.

— Pero eso que dice, permítame, está en contradicción con todo lo que cuentan los que han escrito aventuras de mar...

— Así será... pero lo que yo te digo, también es verdad; pregúntalo á los muchachos — que todos son hombres veteranos — y verás. Yo he visto cadáveres comidos por tiburones y he encontrado también pedazos de ropa ó botines entre las tripas de éstos, pero nunca he oído decir, con fundamento, que hayan herido ni causado la muerte á nadie: la gente de tierra es muy habladora, amigo, y no hay que hacerle mucho caso cuando charla de cosas de mar.— Sigo la lección: cuando el agua está hirviendo, echas dos cucharadas de café, pones la tapa y— .... que siga la danza.

— ¿Y las toninas abundan fuera de estas costas?

— ¡Ya lo creo! Y, vé, tienen carne buena — casi no se diferencia de la del atún — y dán buen aceite y en abundancia. Yo he comido, así no mas, cruda, en una balsa en que nos salvamos trés — entre ellos Oscar — en el naufragio del «Williams Pitt», ántes de llegar al archipiélago de Pomotou en la Polinesia ... en el Pacífico, ¿sabes?

Y alzando la voz, agregó:

— ¿Hola Oscar? ... ¿Te acuerdas de la balsa aquella en que nos .salvamos, cuando el «Pitt»?

— ¡Hombre! ... ¡Mejor es que traigas el café, que estar recordando esas cosas a semejante hora!

Y como el café estuviera á punto, Smith sacó la cafetera y me volvió á decir con su sonrisa simiana:

— ¡Sigue la lección, cocinero!.... Para que el café se asiente, sacas la cafetera del fuego, le echas unos dos dedos de agua fria del barril, no del mar — ¡no te vayas á